Carolina Martínez


Cecilia Bretón es la mejor mamá que tenemos todos los que nos la hemos encontrado en esta vida. No solo nosotras sus cuatro hijas, también mis amigos y amigas, mis tíos, tías, las amigas de mis hermanas, las amigas de mi mami, el hermano de mi mami, unos vivos y otros muertos, todos, sin querer o queriendo, hemos encontrado en ella una mamá de esas que dan ganas de amar y de aprenderle. Una mamá que cuida y protege. Una mamá que da y escucha. Y sobre todo una con la que se puede hablar de todo. Y reírse. Mi mami es una mamá de risa fácil.
Llegó con mi papá a Manizales hace casi cincuenta años. De esta ciudad solo sabía que quedaba lejos de Bogotá y que era donde su marido había encontrado empleo por medio de los clasificados de un periódico. No tenía ni idea que antes de que ella la amara su corazón la quería. Acá llegamos cuando yo tenía unos tres años, con mis tres hermanas mayores, hijas del matrimonio con Alfonso Morales, piloto de la Fuerza Aérea Colombiana, quien había muerto piloteando un avión de la FAC hacía más de diez años. Viuda, vuelta a casar con mi papá Jorge Martínez, con cuatro hijas, le parecía que ya había vivido media vida y esperaba un futuro criando niñas en una pequeña y tranquila ciudad rodeada de montañas. Y nada de eso era cierto.
Era muy joven y muy bonita y no lo sabía, tendría alrededor de 35 años y una belleza muy chic y muy señora. Y cuatro veces seguidas “muy” es poco, porque mi mami era muy. Muy inteligente, muy artista, muy emprendedora, muy citadina, muy mujer, muy mamá y muy esposa también. Muy perfecta -mi papá decía que éste era su único defecto-. Y tampoco era cierto lo del futuro apacible, porque aunque la nueva ciudad era pequeña y fría, el calor de su gente y su alma fiestera los acogieron con puertas abiertas. Y entraron agradecidos a la sociedad manizaleña, y se mejoraron las fiestas. Ella bailaba español y tango encima de las mesas, acompañada de mi papá que también tenía su gracia, y sonaron palmas nuevas en las rumbas. Su fuerte era el flamenco, así bien dramático y bien bravío, y sexy también. Nunca creí que hiciera el oso, por el contrario, me sentía muy orgullosa al verla, y cuando grande quería ser como ella. Y nunca lo logré. Como a ella nadie le enseñó a bailar yo pensé que uno nacía con eso. Y no aprendí, como muchas otras cosas.
Todavía pinta cuadros lindísimos al óleo y a los quince pintó el primero sin que nadie le enseñara. Cose. Cocina. Se inventa mil cosas cada día y olvida otras tantas. Todo de manera autodidacta. Me consuela saber que algo de Cecilia Bretón debo tener y eso me permitirá gozarme la vida hasta el final como lo hace ella ahora, cuando tiene el espíritu joven y la acompaña siempre la sabiduría, el buen humor que no pierde, y también la vida a cuestas con sus ausencias y dolores infames, pero la vida, y está a su vera. Su encanto la lleva creando lazos de amor por donde pasa con su conversación inteligente y compinche. En Manizales construyó casa, creó modas, decoró casas ajenas con muebles coloniales diseñados por ella, montó restaurante español con otras parejas amigas y toreó novillos, decoró su casa de cinco pisos setentera y colonial y hasta ganaba concurso de balcones sin haber sembrado una mata, las compraba florecidas y las escogía por colores para lucir su balcón colonial de madera, maciza, como sus principios y su admiración por la estética, la belleza y todo lo que combine. A mi mami lo que no salga la espanta. Nadie como ella para detectar la lobería, que a mí me fascina.
Y mi mami es “mi mami” para mí, mis hermanas y mucha gente. Personas que la adoran. Por lo que nos ha enseñado, por lo que ha sido, lo que es y lo que será para todos por siempre y los siglos de los siglos.
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