Carolina Martínez


Continúo con la aventura de mi llegada a Brighton, Inglaterra “hasta que quede acomodada” como me pidieron algunos lectores. Hace una semana quedamos en que la niña de las bolsas de café me dio posada en su casa después de todas las tragedias que me sucedieron porque no existía Whatsapp. Me recibieron una mañana fría en su cálida residencia de estudiantes y aunque yo quería quedarme ahí para siempre, no había cupo. Podía dormir esa noche pero al otro día llegaba la española que dormía con Maritza en el cuarto y me tenía que ir. Todo lo conté en mi carta, y aunque ya había hablado con mis papás, creo que escribía por la necesidad de hablar con alguien, como ahora, que escribo para hablar porque cuando estoy sola hablo muy poco:
Ya llegué del pub al que me llevó Maritza y voy a dormir en una cama comodísima. Qué raro es estar aquí en este cuarto inglés conversando en español con una amiga como si no pasara nada. Mañana me voy con ella al colegio caminando, pues dice que es cerca, aunque para ella todo es cerca, y el pub no me pareció tanto, o a lo mejor sí, pero en la caminada de regreso a la casa con ese frío tan impresionante, unos traguitos que me tomé y el peso de la chaqueta, sentí que me iba a desmayar. En el pub comí pescado con papas fritas, medio grasiento pero rico, ellos se comieron lo que yo no pude porque me pasa algo extraño desde que volví a comer, como que se me cerró el estómago desde mi última comida en Colombia, que me parece que fue hace siglos. Los amigos que nos esperaban en el pub ni nos acompañaron a la casa, me pareció mal detalle pero Maritza me dijo que era normal. También me dijo que era normal que cerraran el bar a las 11 de la noche, después de tocar una campana prenden las luces y adiós todo el mundo cuando la noche se pone buena. Nadie lo invita a uno ni a un tinto, y también eso es normal. Mañana del colegio trato de llamar a Jeane a la casa aunque lo más seguro es que no esté, pero si está ¿qué le digo? Maritza me lleva al colegio y se devuelve porque los lunes no tiene clases. A ella le pareció que pasamos rico. A mí no tanto. Bobos esos.
¡Llegué a la casa que va a ser mi casa! Uno abre una puerta y fuera de las 30 escaleras empinadas para llegar al piso 4 hay que subir otras 20 para llegar a los cuartos. Me las subí todas con la maleta, subía una y me devolvía cuatro. Estoy rendida, no quiero saber de maletas ni de inglesas, aunque la Jeanne querida, me recogió en carro como a las 6 de la tarde en la casa de Maritza. Mi cuarto es todo azul claro y blanco, más bien frío, casi no me cabe la ropa en el armario. Organicé todo y me llamó a comer. Traté de hablarle pero no pude y además estaba maluco pero le dije que bueno, un puré con zanahorias cocinadas y jamón. No sé si así va a seguir la comida o era hoy por lo que no me estaba esperando. El baño son dos baños. Uno con la tina y otro con el inodoro, aparte. No entiendo cómo me voy a bañar ahí mañana, no tiene cortinas siquiera, y lo he inspeccionado bien y tampoco hay manguera y me tengo que lavar el pelo, ¿Me toca llenar la tina todos los días? ¡Y con este frío! Me parece que la señora es como tacaña con la calefacción. Y con el teléfono, también tiene candado. Yo quería decirle lo que me dijo mami para poder llamarlos esta noche, pero está muy difícil explicarle que yo después le pago. Me parece que ella hubiera podido ofrecerme una llamada, pero debe ser normal que no lo haga, como todo aquí, normal pero tan raro…
Ya me despido. Me toca mandar esta carta. Cuando les llegue léanla y olvídenla, ya todo ha pasado.
Los adoro.
Carolina.
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