Carolina Martínez


Con lo que odio esa gente que pregona cuanto se ama y lo feliz que es, esos que ponen en Facebook amo mi vida, soy feliz, me amo, no hay nadie como yo, y me la he pasado estos días repitiéndome lo mismo. Y le agrego, soy hermosa, cada día estoy mejor, las arrugas valen huevo. Como les dije hace ocho días en mi columna “Programación amable” hoy pretendo continuar con las recomendaciones del doctor José Gerardo Albán para autoprogramar nuestra mente y así dejar de odiar, por ejemplo. Y ya no odio ni a la gente feliz ni a nadie. No se puede odiar y ser feliz. Eso era antes cuando yo odiaba a los que se aman tanto y son felices siempre, ahora pertenezco a ese grupo. Me amo.
Psiconeuroinmunoendocrinología. Con aprenderme la palabrita ya demuestro mi completo interés en entender la interacción mente-cuerpo y sus consecuencias sobre nuestra salud y además demuestro que no tengo Alzheimer. Me aprendí también Psicoinmunoterapia, que es una “técnica que permite fusionar medicina y psicología para generar nuevos patrones de comportamiento con los que se logra interferir en el circuito neuronal inicial para modificar las respuestas fisiológicas que generan enfermedades” creada por el médico colombiano Armando Solarte, también de la Universidad de Caldas, como el doctor Albán.
Para entender cómo funciona, el doctor Albán explica que nada de lo que pasa en nuestro cuerpo ocurre sin que la mente dé una instrucción, pero el problema está en el tipo de instrucciones que le damos. Estas se dan a través de sustancias químicas, que hay positivas y negativas. El estrés, por ejemplo, libera una sustancia en nuestro cerebro que hace que el cuerpo adquiera el mismo estado de la mente. Y esa sustancia manda una información a la glándula que libera cortisol, que es la hormona del estrés, esa misma que venden en las droguerías y que se llama cortisona, que aunque es buena para muchas cosas también es mala para muchas otras, y uno de los problemas que genera el cortisol es que baja las defensas. Lo mismo el odio, la rabia, el rencor, el resentimiento, la culpa, cuando los sufrimos se nos pega una gripa hasta por teléfono. Por eso es tan importante concientizarnos de esos estados que nos inundan de cortisol, controlarlos y empezar a liberar sustancias positivas. La contra del cortisol es la dopamina, que es el neurotransmisor de la felicidad, y todos tenemos una forma natural de liberarla, y adivinen cuál es, pues sonreír. Entusiasmo, vitalidad, optimismo, alegría, energía, renovación, todo lo positivo llega a nuestro cuerpo al engañar a la mente con una sonrisa que la hace creer que estamos bien. Así como con la gente. Me amo mucho.
La idea es pensar que uno está mejor cada día. Levantarse por la mañana y agradecer por estar más joven, regio y feliz. Y la verdad es que yo desde que soy tan feliz casi no siento. Ni dolores ni nada. Y es que extraño el martirio de la muerte, el estrés de la vida, el vértigo y vacío existencial de mi circuito neuronal inicial, del que habla el doctor Solarte, máster en programación neurolingüística, quien utiliza diferentes técnicas para manejar dolor crónico y situaciones emocionales asociadas a la enfermedad. “Buscamos comprender cómo funciona la mente consciente y la inconsciente y cómo borrar de ella ideas, emociones y reflejos que promueven errores de conducta, miedos y fobias. Nuestro objetivo es transformar la mente”.
La mía está en transformación, siempre desempeorando, ya ni me estreso, ni siento tampoco, y voy autoprogramada para la felicidad total. Amo mi vida. Hay en Manizales una famosa teoría que se oye en fiestas y paseos y que puede ayudar con estas prácticas antiestrés: “felicidad que no provenga del alcohol es artificial”. Aunque no se sabe a ciencia cierta si viene del doctor Eduardo Arango Restrepo o del señor Harry Van Den Enden, hay que investigarla a fondo. Me amo demasiado.
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