Carlos E. Ruiz


Sin duda alguna es más fácil decir, mucho más sencillo cuando se corre el riesgo de hablar acerca de lo que no se sabe. Suelen darse suposiciones como verdades y cuando corren por ahí opiniones y pareceres, se conquistan con facilidad adeptos que dan por cierto todo aquello. Las redes sociales alimentan de manera tremenda esa modalidad. Alguien que quiera atajar a otro, o crearle animadversión suelta una expresión que elabora con falsedad, pero la dice con la fuerza de una verdad, y se multiplica. Las mentiras vuelan, y suelen ser estrategia de guerra y de oponentes en política. En Colombia sí que sabemos de eso. El problema está en la formación que se recibe, en una educación que intenta transmitir verdades supuestas, verdades establecidas, sin generar motivación en los niños y jóvenes por la duda, duda que desencadena la capacidad de indagar en consultas por diferentes medios para descubrir los elementos que debe considerar para elaborar razones y asumir consecuencias. El aprendizaje tiene más poder cuando se motiva a los alumnos por averiguar en fuentes diversas y por ellos mismos, para encontrar caminos que afiancen la capacidad de autoformación, con diálogos entre compañeros para comparar esos procesos, debatir en los diversos encuentros y de esa manera también aprender a participar en las controversias, con la comprensión de las diferencias que se puedan presentar. El clima que de ese modo se genera es del respeto en la búsqueda del conocimiento, hacia la conquista de verdades, con lo provisional que puedan ser.
Ese método pedagógico parte de Sócrates, pionero de la escuela activa, quien formulaba preguntas a sus interlocutores generando un diálogo con las diversas interpretaciones hasta encontrar una conclusión entendible, aún transitoria. Con la crisis actual de las diversas pandemias, la biológica y la social, se ponen a punto los sistemas virtuales, y en la educación se accede a clases a través de los computadores con apoyo en el internet, sin una cobertura generalizada. Y se realizan reuniones de trabajo, conferencias, conversaciones con pantalla al frente. Lo que demanda exigencias de un mayor desarrollo en los medios y más cobertura en disposición de equipos y de conexiones. Pero también se favorece en las redes la circulación abundante de conjeturas, de falsedades, de ataques indiscriminados o dirigidos. Sinembargo, eso no invalida la utilidad de las mismas, pero se hacen evidentes los polos opuestos.
Y al hablar de la oposición de polos vale recordar principios elementales de la electricidad, la cual es generada por polaridades contrarias y suplementarias que al conectarse generan la energía que enciende las bombillas, mueve motores y maquinarias, para la generación de multitud de productos que nos permiten vivir y disfrutar, en ocasiones con excesos. La señal es clara: hacer de los polos una posibilidad de convergencia para producir efectos multiplicadores, en la dirección de un desarrollo integral, humano, con capacidad de sostenibilidad.
Hay ejemplos en la historia de la humanidad. De recordar a Mahatma Gandhi congregando en la India a la población para resistir pacíficamente a la dominación inglesa, hasta conseguir la independencia. También es más cercana la experiencia del liderazgo de Nelson Mandela quien padeció 28 años de dura cárcel, mantuvo su convicción de la lucha contra el “apartheid”, la discriminación racial y al incorporarse de nuevo a las lides sociales y políticas alcanza en convergencia histórica la presidencia en Sudáfrica, atempera los odios y llega a disponer de blancos y negros en la construcción democrática de su país. Compromiso por la paz que todavía no se incorpora en los pensamientos y en las conductas de los dirigentes y de las sociedades. En Colombia tuvimos dos acontecimientos de exaltar en el siglo XX: el proceso de gestación de la Constitución del 91 -resultado de la memorable 7ª papeleta y de grandes movilizaciones pacíficas de los jóvenes-, con constituyentes de extremos ideológicos y políticos, pero se alcanzó un texto que, aunque imperfecto, fue de convergencia hacia el establecimiento de un estado social de derecho. El otro fue el Acuerdo de La Habana/Teatro Colón, como resultado de un duro proceso de negociación del Estado con la insurrección más antigua del mundo. Acuerdo, también imperfecto, pero que reunió los elementos sustantivos para avanzar en la construcción de una paz estable y duradera. El gran problema es que todavía no se alcanza a comprender el real alcance de esos históricos acontecimientos. Y en la política se generó una polarización dolorosa que ha sumido al país en la pandemia social que se padece, con alimento de los odios, las venganzas y el recrudecimiento de la violencia. ¿Seremos, acaso, un Estado fallido?
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