Carlos E. Ruiz


En un texto que escribió Marcel Proust sobre la lectura cita a Descartes para considerar como los buenos libros son una conversación con las personas más honestas de los tiempos pasados. Y agrego, también de las actuales. Y a su vez Proust asevera que la lectura está en el umbral de la vida espiritual, de manera incitadora, en especie de llaves que nos abren espacios donde no sabíamos entrar, con efectos saludables.
Todo tiempo es bueno para leer, y en esta labor se encadenan obras y autores, sin término. Y la vida espiritual se enriquece en ese diálogo con las páginas, con los personajes, con las ideas, con la siempre opción de volver atrás, que es un modo de ir adelante. Si disponemos de estudiantes, como me ocurre en la “Cátedra Aleph”, la motivación es mayor para conversar. Por estas semanas que corren yo he estado dedicado a un voluminoso libro de Margarite Yourcenar, con la recopilación de sus Ensayos, y alterno con los siempre cercanos Ensayos de Montaigne, bastante de poesía, incluso escuchando la voz de Raúl Gómez-Jattin (CD, hjck) con sus poemas dramáticos y categóricos, a la vez amorosos, con recuerdos y escenas de nostalgia, elaborados en una vida a su vez dramática, con resultados de una belleza conmovedora.
Marguerite Yourcenar (1903-1987) es autora ya clásica del siglo XX por obras monumentales como las “Memorias de Adriano”, cuya lectura en cada página estremece el alma. Poeta y narradora, con obras cada una singulares, piezas maestras. Y en el ensayo muestra erudición, capacidad de investigar y escritura de análisis, con evidencias de manejar relaciones, contextos, en sabiduría histórica. Sus ensayos se agrupan en cuatro partes: “A beneficio de inventario”, “El tiempo, gran escultor”, “Peregrina y extranjera”, y “Una vuelta por mi cárcel”. Demuestra un gran dominio de la cultura clásica griega, a la que alude como referente cuando analiza aspectos de obras con descubrimiento directo o implícito de conexiones. En la primera parte hay dos estudios de asombro, uno donde analiza con detalle la obra total de Konstantino Kavafis (1863-1933), y el otro sobre Thomas Mann. En ambos se ocupa de los contrastes, en lo sobresaliente y en los dejos de calidad cuestionada. Escudriña las obras hasta relacionar detalles con la biografía de los autores. El que dedica a Kavafis es un robusto ensayo, que me atrevo a calificar de modélico, con aparato crítico de rigor.
Kavafis permitió que en vida se publicaran pocos poemas suyos, y en toda su obra hay una constante en lo impersonal de los enunciados y en cierta forma secreta, con escrituras no directas sino en alusiones o claves, con la aseveración del propio autor de ser testimonial de su vida. Su poema más conocido, “Ítaca”, dice: “Cuando emprendas tu viaje a Ítaca/ pide que el camino sea largo,/ lleno de aventuras, lleno de experiencias./…” Marguerite lo califica como un “alma amorosamente encerrada en lo humano”, en un lenguaje que también identifica de “seco”. Obra que no se aventura a las grandes perspectivas históricas, pero si con meditación sobre el destino, y anclaje en alusiones a clásicos romanos y griegos, con un procedimiento que se emparenta con el de Montaigne por esos referentes. La autora también alude al humanismo de Kavafis que en nada se parece al preponderante en Occidente, heredado de Roma, del Renacimiento, de lo académico del siglo XVIII, mientras que el humanismo de aquel tiene conexiones con Alejandría y Asia Menor, en menor grado con Bizancio.
La ensayista señala el interés temprano de Kavafis por la idea y sentido del destino, con poemas donde evidencia las sensaciones de desconfianza, de aceptación, de resignación, de impotencia y de audacia prudente, incluso con alusión a la incomprensible perfidia de los dioses. Señala también como Kavafis tuvo la suerte de nacer en Alejandría, ciudad caracterizada por el agite y el ruido, con los contrastes agudos de riqueza y pobreza, sin las ruinas que seducen por ejemplo de Grecia, país de su nacionalidad. Y fue su ciudad amada. Reconocimiento especial hace por la belleza de sus poemas amorosos, eróticos, expresivos en sus experiencias voluptuosas, despojados de lirismo.
Margarite Yourcenar redondea la apreciación de la poesía de Kavafis, al calificarla de “poesía de viejo cuya serenidad ha tenido tiempo de madurar.” Y agrega: “Hagamos lo que hagamos, siempre volveremos a esa célula secreta del conocimiento de uno mismo, a la vez estrecha y profunda, cerrada y traslúcida, que suele ser la del voluptuoso o del intelectual puro.”
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