Camilo Vallejo
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Es 2022. Dicen que la política sigue igual que en 2002. Yo no puedo dar constancia, pero de que las hay, las hay. Uno tiene que creer en lo que se dice por ahí. En los gobiernos pasan tantas cosas como las que quieren ocultarnos. Sin duda pareciera ser, seguro podría ser, quizás habría sido, pero las hay. La política sigue igual y la esconden.
Uno igual se entera, uno tienes sus fuentes, uno está conectado con gente que quiere hablar, que quiere decir. Pero siempre que no aparezca su nombre, siempre con el “haga de cuenta que yo no le dije”, con el “si me preguntan lo niego”. Me rebusco así sea una parte del cuento y si lo echo no los nombro. Lo escribo entonces con las hipérboles y los adjetivos que alcancen para hacer ruido a los trastazos.
Es que eso sí, me cuido mucho en las formas: le cuento el milagro pero no el santo, le cuento los pelos pero sin las señales. No soy de sacarle trapos a los fulanos, soy más de hacer crítica “en general”, “constructiva”, que llaman. No soy de ponerme a investigar tampoco, a mí con lo que me cuenten basta. Igual le cito tres griegos, dos romanos, un costumbrista antioqueño y le reseño el último libro de ética y dogmática. Que se vea la indignación en la vanidad de las ideas y sin necesidad de la evidencia de los hechos.
Al final tampoco vaya a ser uno tan pendejo de que le caiga el ¡pum! Al final tampoco es que pase mucho si uno dice más de la cuenta. El cementerio está lleno de valientes, ¿cierto? ¿Así es el dicho? A otros les gusta más el de la boca cerrada en la que no entran moscas.
Si mucho, yo le cuento que parece ser y podría ser que cierto personaje de la política está haciendo tal o cual, pero me ahorro el nombre. Uno por ahí, aquel, ese, sí, ustedes ya saben. No me lo hagan decir a mí. Saben en lo que me meto: eso está en el chip, eso nos lo enseñan pequeños, no ser sapos. No saben la sensación de perseguidera y la soledad del que va diciendo los nombres. Eso sin contar la volteadera de las amenazas o de las denuncias penales, que en la práctica parecen lo mismo.
Les cuento del que podría ser, y parece ser, que lleva varios años cooptando entidades del departamento para ver si con los recursos públicos elige a su señora. Ese, ya saben. O del que tiene parentesco con un alcalde y anda haciendo fórmula en secreto con un candidato de otro partido, para que no les pillen la doble militancia. De ese candidato del otro partido que es hijo de un papá y una mamá con mucho dinero, que han elegido los últimos tres alcaldes sin importar que cambien los colores de la camiseta. No me lo hagan nombrar. También del que es hermano de un exsenador y hermano de un exrepresentante y hermano de varios exfuncionarios y familiar de otro funcionario nacional poderosísimo. De los dos que son fórmula y que han hecho gestión y ejecución a punta de adiciones y sobrecostos con los recursos públicos.
Pero hasta ahí les cuento. Si no entienden, si no dan con los nombres, si les faltan detalles, “averígüelo, Vargas”. Acá masticadito no hay nada. Si no está informado, yo no lo salvo. Al periodismo acá no da para tanto. Dejar las verdades por la mitad sirve: usted sale a salvo, no tiene que investigar ni probar, y los aludidos tienen salida de escape al poder decir siempre que hablan de otro. Con lo que sobrevive uno, sobreviven los otros. Eso sí, si rompes esa regla, los otros encuentran como sobrevivir por encima tuyo.
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Este es el tipo de columnas que buscaban los que asesinaron a Orlando Sierra Hernández hace 20 años. Sin nombres, sin datos, sin investigación, con un sarcasmo para el cinismo y no para el humor. Desde que murió cada vez son menos. La escribí solo para que recordáramos el riesgo de estar desinformados por la censura.
Por suerte nuestra forma de repararnos como sociedad fue seguir creyendo que quedaba periodismo para hablarle con nombre propio a los funcionarios y para investigarlos, con mejores datos y mejores documentos públicos. Gracias a La Patria, a Nicolás Restrepo, a Fernando Ramírez y a Luis Francisco Arias por mantener la luz encendida. La próxima viene con nombres, les prometo.
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