Las utopías que animó la pandemia en los pensadores más reformistas andan derrotadas. Un solo colado en los turnos de vacunación se ve minúsculo pero le alcanza para volverlas pedazos. Si venía otro mundo, parece por ahora que no será posible. Se nos colaron. Si veíamos olas grandes en el mar, se nos están estrellando contra las rocas más pequeñas. Al final solo nos va a quedar la espuma.
El colado, como hijo del privilegio, y los excluidos de la vacuna, como hijos de la desigualdad, son el síntoma de una enfermedad más grande que la pandemia. Por ahí mismo se desprenden los abusos y la corrupción del mundo de siempre.
Una salida urgente contra los colados, al menos antes de volvernos a montar al bus de la utopía, es exigirle a los gobiernos que nos entreguen información suficiente para acusar su privilegio y su provecho de la desigualdad. Ya después miraremos si nos alcanza para otro mundo.
Lo primero que no se nos ha revelado es cómo un colado logra vacunarse. Con el caso del ortopedista Álvaro Moreno, todavía en investigación en Manizales, nos ha tocado hacer una suposición.
Una en la que hay un médico especialista, un privilegiado. Con redes políticas y sociales fuertes, en la cima del sistema de salud, por rango, por derechos laborales, por género y por origen social. Este es capaz, por vía directa o por intermediarios, de desviar a su favor el plan de vacunación. El resultado es una vacuna que se pierde para una persona priorizada, por rango, por menos derechos laborales, por género o por origen social, un excluido por desigualdad.
Aunque no nos digan qué pasó, esta suposición servirá como ícono de los casos que vengan. Porque colados también serán quienes de esta forma se pongan delante de odontólogos, enfermeros, auxiliares, aseadores, entre otros servicios generales. De médicos rurales, residentes e internos, a quienes han venido sacando de las listas de priorización.
Colados serán también los que así usen sus influencias para que las EPS los pongan de primeros en sus listas, por encima de los de más riesgo. También para que les den una vacunita más (en diminuto, que hace menos daño) a sus familiares, amigos, electores, copartidarios... Y así. En el mundo de siempre el privilegio es una cadena larga, pero en la que no podemos caber la mayoría.
De una forma moral, colados también serán quienes vean, desde las ciudades que más rápido avancen en vacunación, cómo se van quedando atrás otras zonas del país y del departamento con menos capacidad.
Este privilegio parte de tres cosas para su corrupción. Las tres podrían ser contrarrestadas con transparencia y divulgación de información por parte del Estado.
Primero, el privilegio se vale de la fuerza. Sabemos que no puede existir justicia sin la fuerza del más fuerte, pero que sí es posible la fuerza del más fuerte sin justicia. De ahí que una estrategia contra la corrupción sea acusar esta última. No solo hacer seguimiento a lo que es justo o no, sino controlar el uso y el sentido de la fuerza de quienes tienen más poder, por ejemplo el abuso de los actores que aplican el plan de vacunación. Para ese seguimiento necesitamos información y transparencia.
Por otro lado, el privilegiado procura la conservación de su ego. Como lo estudió el psicólogo Dan Ariely, uno no llega a ser deshonesto solo por el beneficio que saca, sino porque en el intento le alcanza para cuidar su imagen. De ahí que la lucha contra la corrupción adopte mecanismos de información con los que, con algunos datos que no sean íntimos ni privados, exista sanción social a la reputación de los deshonestos. Se necesita información y transparencia.
Finalmente, el privilegio en Colombia desconoce que las apuestas de nación, como vacunarnos, no son producto de una comunidad imaginada y compartida, sino el resultado permanente de la fuerza impositiva de unas élites del centro. Así lo aprendimos del historiador Alfonso Múnera. Entonces, la lucha por la transparencia ha exigido que la información pública sea divulgada con enfoque territorial, de tal forma que los datos de cada zona saquen a la vista nuestras desigualdades y paradojas como nación, como departamento, como ciudad.
A hoy, no hay información, no hay datos completos ni suficientes. No hay transparencia en la vacunación. No hay mundo distinto. Sigue el privilegio, queda el mundo de siempre.
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