Camilo Vallejo


Hay muchísimas maneras de destruir una comunidad democrática. Una de ellas es hacerle perder la confianza.
La tragedia de Colombia es haber vivido lo que más hace desconfiar: la guerra, que nos llena de justificaciones para eliminar al otro, y la corrupción, que nos llena de suspicacias para sospechar del otro.
Sin confianza ya no nos ponemos en desacuerdo en paz. Comenzamos a caer en la tentación de anular al otro, de silenciarlo. Nos da por creer que no tiene legitimidad para pensar como piensa, mucho menos para controvertirnos. Asumimos todo el tiempo que tiene agendas ocultas o que quiere hacernos daño. Entonces la democracia desaparece, ya no se trata de disentir sino de pasar por encima del otro.
Por otra parte, sin confianza perdemos la fe en que es posible encontrarse con otros, trabajar juntos, sumarnos. Comenzamos a creer que, incluso cuando estamos acuerdo, el otro miente, es hipócrita, por delante es una cosa y por detrás otra. Entonces la democracia no existe, ya no se trata de identificarnos alrededor de ideas y palabras que nos unen, sino en sospechar, competir, ser el más vivo, alegrarnos de los tropiezos del que piensa igual.
Entonces nos quedan dos escenarios, por nombrar algunos, donde nos gobierna la desconfianza: la desconfianza del gobernante hacia su pueblo y la desconfianza entre el pueblo mismo.
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Gobernantes que no ven ciudadanos críticos o dialogantes, sino enemigos. Entonces piensan más en vencer al otro y menos en discutirle mejor. Lo que es peor, piensan que cualquier discusión perdida es una herida en lo personal y no una situación normal y cotidiana en el debate público con los gobernados.
Gobernantes que no oyen, que no reconocen o que ven siempre doble intención. Presumen, recelan. Creen que quien les habla no sabe, solo esconde un interés. Creen que cada día son más los que quieren verlo caer, que cada día son más los que se reúnen a conspirar en su contra. Hasta que de tanto desconfiar convierte su autoridad en autoritarismo y asume que no debe escuchar, que es mejor sabérselas todas.
Si restablece su confianza, el gobernante no solo está dispuesto a dialogar. También reconoce que, para la política, el gobernado sabe tanto como él, goza de poder como él, tiene capacidad como él. Si restablece su confianza, el gobernante no tiene que dar la razón todo el tiempo, pero deja la puerta abierta, permite que le quede sonando alguna de las preguntas que le hacen, prevé que lo pueden hacer cambiar de opinión. Incluso vuelve a ser a amable, mira a los ojos, sonríe, hace que el respeto nos acerque en medio de las diferencias, hace que el poder no intimide y que dignifique a los que discuten.
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Artistas, artesanos, ambientalistas, veedores, cultivadores, gestores: que no se ven, que no se encuentran. Activistas por la bicicleta, por los peatones, por el aire, por el agua, por las mujeres, por los niños, por los animales: que no se ven, que no se encuentran. Ingenieros, economistas, abogados, periodistas, arquitectos, diseñadores: que no se ven, que no se encuentran. Cirqueros, teatreros, grafiteros, músicos, bailarines: que no se ven, que no se encuentran. Defensores de derechos, sindicalistas, profesores, indígenas, campesinos, estudiantes: que no se ven, que no se encuentran. La desconfianza.
No confiar entre nosotros nos pone a veces en carriles distintos, aunque corramos hacia el mismo punto. Nos hace enfrentar en las formas, aunque la sustancia sea la misma. Nos dice que la prioridad es la agenda propia y no la agenda común. Nos llena de afán, por quién llega primero, por quién dice primero, por quién sobresale, por quién se lleva los aplausos, por quién hace suyos los triunfos que son para todos. Nos pone a competir, no a cooperar. Nos tienta a la vanidad y no a la solidaridad.
Si reestablecemos la confianza, puede que encontremos las palabras que nos unen, dos o tres si nos va bien, una sola si nos mantenemos firmes en reunirnos. Palabras en las que caben cada una de nuestras luchas y nuestros proyectos. Palabras que nos hacen trabajar juntos, así cada quien vuelva a lo suyo en los ratos libres. Si reestablecemos la confianza puede que un día las voces de la ciudad y de la región vuelvan a ser las de los ciudadanos y ciudadanas, la de los gobernados, las del pueblo, juntos. Si encontramos gobernantes que confíen, nos escucharán. Como en una democracia.
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