El pasado fin de semana los colombianos escogimos los dos candidatos que disputarán la Presidencia de la República. Tal como quedaron las cosas, gane quien gane, va a haber un cambio drástico en el manejo político y económico del país. Atrás van a quedar las influencias de los expresidentes, especialmente la de Uribe -quien ha sido figura preponderante en los últimos veinte años- y la de Gaviria que ha tenido últimamente una figuración politiquera y caricaturesca.
Los candidatos han estado vendiendo a los electores la idea de que a partir del 8 de agosto al país se le va a acabar la corrupción, la inseguridad, el narcotráfico, la violencia, la inflación y las desigualdades que actualmente tenemos. Lamentablemente esto no se va a dar.
Nos toca vivir la realidad y resignarnos a tratar de elegir al presidente que estamos necesitando para los actuales momentos y para el futuro. El país se ha desarrollado y crecido económicamente en los últimos 30 años; sin embargo, los candidatos y especialmente los electores consideraron que se requería un cambio en el modelo económico y político.
Lamentablemente los dos candidatos que tenemos no son los apropiados para hacer los cambios que requiere el país; sin embargo, uno de ellos se encargará de gobernarnos en los próximos cuatro años.
Un candidato se ha destacado en sus 30 años de vida política como congresista por ser excelente opositor de los gobiernos de turno. Tuvo la oportunidad de ser alcalde de Bogotá y no se puede decir que le haya ido muy bien que digamos. En el ejercicio de su mandato en muchas oportunidades se mostró como un dictador, como cuando cambió del modelo del manejo de las basuras, ordenando que esta actividad la realizara de la noche a la mañana la empresa de acueducto de Bogotá, entidad sin ninguna experiencia para prestar este servicio y sin los equipos apropiados para realizarla. Eso para no hablar de la famosa máquina tapahuecos.
Su propuesta de gobierno para aspirar por tercera vez a la Presidencia, que promociona con unos discursos largos y elaborados que la gente no entiende, es totalmente ambientalista y asistencialista. Con un grave problema; por un lado, recorta los ingresos de la nación, que entre otras propone soportarlos subiendo los impuestos a los mayores generadores de empleo, y por el otro, incrementa el gasto público. Además, pregona el cambio sin importarle que para fortalecer su campaña recoja reconocidos políticos ampliamente cuestionados como Piedad Córdoba, a quien ayudó a elegir como senadora.
El otro candidato es un exitoso constructor que fue alcalde de Bucaramanga entre 2016 y 2019. Cuando se lanzó a la Alcaldía de esa ciudad era un total desconocido en el ámbito político y antes de las elecciones figuraba en el cuarto lugar en las encuestas, y ganó raspando.
Hernández, a pesar de sus 77 años, ha hecho una campaña caracterizada por generar emociones -con un método que denomina el “imperativo categórico”-. Su discurso es simple, sencillo y desabrochado y se basa en acabar con la robadera y vendiendo la idea de que está totalmente alejado de la clase política, procurando con su método que la comunidad se apropie de su discurso.
Es el rey del Tik-Tok y del Facebook. Inició su campaña en el 2020 utilizando las redes sociales para conversar con la comunidad. Igualmente, a través de ellas puso a circular canciones en ritmos musicales en tonos de rancheras, trovas, vallenato y llanera, con letras que hablan de él y con frases anticorrupción. No es claro como gobernará el país, ni quién lo acompañará. La esperanza es que se sepa rodear tal como lo hizo cuando fue alcalde.
Petro pasó de ser el líder indiscutible de las encuestas por más de un año, a ocupar después de la primera vuelta, el segundo lugar. Esta campaña se ha caracterizado por los ataques entre candidatos, que se han agudizado en esta recta final. Hernández se ha venido posicionando muy duro, pero Petro no es fácil de vencer y en los últimos días ha estado dedicado a buscar alianzas políticas a como dé lugar. Alianzas que no son muy claras en los votos que finalmente le pueden aportar, no hay que olvidar que el voto de la segunda vuelta no es amarrado y que lo normal es que la gente vote en contra del que menos les guste.
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