Beatriz Chaves Echeverry
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Hoy quiero hacer un homenaje a este personaje del mejor libro escrito por nuestro premio Nobel, Gabriel García Márquez. En mi concepto, Úrsula Iguarán es la columna vertebral sobre la que se erige la narración de Cien años de soledad; es la matrona que sostuvo su casa y su familia mientras su esposo se empeñaba en empresas descabelladas y labores de alquimista: “Mientras Dios me dé vida, solía decir, no faltará la plata en esta casa de locos”.
Cuando su esposo, José Arcadio Buendía, perdió la razón, ella no permitió que la familia se disolviera. Acogió a los hijos de sus hijos como si fueran propios y crió nietos, bisnietos y tataranietos, hasta que estos últimos la redujeron a la categoría de un juguete. A medida que la familia fue creciendo, se empeñó en ampliar su casa y gastó el dinero necesario, que había ganado con el trabajo que se inventó para darle el sustento a su familia, todo por darle cabida a una estirpe que se multiplicó gracias a la promiscuidad de varios de sus miembros. No le importaba si el niño que acogía era hijo de una prostituta o de una virgen, todos eran bien recibidos. Al único que no le perdonó la lujuria fue a su hijo José Arcadio, quien no resistió los encantos de Rebeca, su hermana adoptiva, a quien Úrsula había criado con el amor de una verdadera madre, sin hacer distinción con su propia hija Amaranta; cuando decidieron casarse, Úrsula los desterró de la familia y nunca les permitió regresar.
En una época marcada por las veleidades políticas entre liberales y conservadores, esta mujer se opuso a pintar su casa de azul o de rojo, así desafiara la autoridad de turno que gobernaba Macondo. Ella quería su casa blanca, sinónimo de neutralidad, que practicó, pues siempre acogió en su hogar a todo aquél que necesitara refugio, sin importar su filiación política. Desafió la autoridad de su hijo, el coronel Aureliano Buendía, para tratar de evitar que fusilara a su compadre, el general José Raquel Moncada, y siempre se situó más allá de cualquier ideología. A su nieto Arcadio le dio una pela monumental por querer fusilar a Apolinar Moscote y no dudó en tomar el mando del pueblo; “pero a despecho de su fortaleza siguió llorando la desdicha de su destino”.
Otra de las características de Úrsula Iguarán fue su generosidad, en su mesa siempre había comida para propios y forasteros, su casa era una casa de puertas abiertas: “Hay que hacer carne y pescado, hay que hacer de todo, nunca se sabe qué quieren comer los forasteros”, decía, aún en la época en la que la vejez la obligaba a caminar arrastrando los pies y estaba casi ciega; “el ánimo de su corazón invencible la orientaba en las tinieblas”, esta es una de las tantas frases que utiliza García Márquez para describir a esta matrona mítica, generadora de la estirpe de los Buendía.
Este artículo también quiere ser un homenaje a otra matrona, Livia Echeverry de Chaves, quien, al igual que Úrsula, fue columna vertebral de su familia mientras vivió, así mismo fue la encarnación de la sensatez, la sabiduría y la inteligencia práctica; mientras mi papá se enfrascaba en sus propias gestas políticas, a riesgo de perder el patrimonio que tanto trabajo y esfuerzo le había costado conseguir con su brillante carrera de abogado y del patrimonio de mi mamá, que aportó con abnegación y cariño desde que se casaron, por su diligencia y capacidad para enfrentar todos los desafíos esta familia prosperó y mi papá, Jaime Chaves Echeverri, llegó a ser el líder tan importante que conocieron en esta ciudad y en el país, pues aquí sí que se cumplió la sentencia : “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer”.
Nota: Hoy, 4 de diciembre, mi madre estaría cumpliendo 93 años, murió en febrero y su ausencia no se hace más llevadera con el tiempo. Te amamos Mamá.
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