Quisiera inventar una nueva palabra; Adolescer, y si se me permitiera darle un significado, este sería: Padecer a un adolescente. Tal vez para muchos lectores esto parezca algo descabellado, pero para los que somos padres de un adolescente o para los que lo fueron en un periodo reciente, en el que aún la memoria no les nubla los recuerdos o los han reemplazado por retazos amorosos de la infancia de esos hijos alegres y sonrientes, que nos amaban y nos consideraban lo mejor y que casi intempestivamente fueron reemplazados por muchachos y muchachas cuyo principal entretenimiento pareciera ser el de retarnos y desafiar los límites, no lo es.
Antonio Ríos Faype, médico psicoterapeuta español, describe de manera muy acertada esta situación en su conferencia “Ayuda, tengo un hijo adolescente”. El médico dice que vivir con un adolescente es como vivir con un toro Miura, de 600 kilos, paseándose por los pasillos de la casa. Pero el consuelo que nos da a los padres es que esta etapa dura más o menos cinco años y medio, aunque otros expertos dicen que se termina a los 21 o 22 años, momento en el que la corteza prefrontal alcanza su madurez. Yo me quedo con lo que dice el doctor Ríos, es más optimista y me hace creer que me faltan menos años de “adolescer” a mi hija.
Lo mejor que podemos hacer los padres es llenarnos de paciencia, amor y conocimiento, pues esta etapa de los hijos requiere nuevas estrategias para relacionarnos con ellos. En su charla, el experto da unas pautas para esto: Seleccionar muy bien por qué vale la pena discutir, “No hay que mirar tanto, ni oler tanto, no estar tan pendientes”, pero este desligue es difícil, pues esos hijos, hasta ahora, han sido el centro de nuestra vida, así que hacernos los de la vista gorda es todo un reto. En cuanto a la comunicación, aconseja no tratar de convencerlos, tampoco repetir los argumentos constantemente; aprender a negociar, la pauta es que ellos hablen primero ¿qué propones? es la pregunta clave, para luego encontrar un punto intermedio, aunque como padres tenemos que aceptar que el hijo no va a cumplir el 100% de la negociación. Cuando se le diga que debe hacer algo, por ejemplo arreglar la habitación, se le debe dar un margen de tiempo para hacerlo, porque la palabra “ahora” le activa la actitud de desafío.
El psicoterapeuta describe 3 tipos de comunicación que se dan con el hijo adolescente; la afectiva, la efectiva y la superficial. La comunicación afectiva se da cuando ellos nos buscan para comentarnos algo, es muy importante no interrumpirla ni aplazarla, tampoco es el momento de corregir ni de polemizar, porque esto puede generar que el hijo pierda la confianza y no nos vuelva a contar nada, en otro momento, puede ser al día siguiente, se retoma el tema y se hace la corrección, pero no cuando nos está contando. La comunicación efectiva es cuando el padre o la madre quieren hablar con el hijo, esta debe ser breve y concisa. Y la comunicación superficial es la que más se debe utilizar, se habla de temas como hobbies, música, deportes, moda, Ríos sostiene que si se mantiene esta comunicación fluida durante la adolescencia luego se podrán abordar temas más profundos. Su principal consejo es “escúchale, eso es mágico, no te lo pierdas”.
Hay que estar presentes, “un hijo de 12,13,14 hasta los 18 años te necesita a su lado así te ignore”, afirma Ríos, en cuanto al conflicto, el psicoterapeuta advierte que es inevitable; “se deriva de la crisis de identidad y los cambios emocionales, sexuales, también de la afirmación del yo, que hacen en casa con las figuras de autoridad, a quienes desafían”. Los padres somos los entrenadores para la vida, así en ello nos ganemos uno que otro golpe emocional, pero el amor todo lo vence, así que ánimo: “Esto también pasará”.
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