Augusto Morales

El arte de gobernar es objeto de la ciencia política. Además de ser un arte, debe constituir un privilegio y un honor para quienes tienen u ostentan la responsabilidad de regir los destinos de una sociedad debidamente organizada, que, como impone todo código de ética, debe cumplirse con honradez, civismo, justicia, respeto y lealtad por las instituciones, los derechos y las libertades.
Para lograr la organización de las sociedades en Estados, aquellas han debido pasar y superar dolorosas épocas de barbarie y guerras, las que en muchas latitudes aún se presentan. La colonización y la ambición de poder se mantienen al orden del día. Razones estratégicas, económicas o religiosas desestabilizan el mundo.
La opresión es quizás el mayor padecimiento que puede sufrir una nación. Las comunidades nacionales, y a veces las internacionales, reaccionan frente a ello, éstas buscando también beneficios políticos y de otra índole. Hay opresión y restricción a los derechos y a las libertades, lo que acontece cuando se atenúa o pierde la separación e independencia de los poderes; viene la dictadura, la tiranía
Cuando hay un Estado débil es porque sus instituciones no funcionan a cabalidad; no hay respeto por las otras ramas del poder público, o se busca debilitarlas. Esto genera igualmente desgobierno y corrupción.
Cuando un congreso es negociable, se pierde el control político que debe ejercer frente al gobernante de turno. Cuando los presupuestos son centralizados, los otros poderes se vuelven dependientes y vulnerables.
Colombia sufre de aletargamiento; solo parece reaccionar frente a casos muy puntuales y coyunturales, pero nunca frente a las políticas que puedan afectar el desarrollo de la sociedad y sus instituciones. Nos falta cultura, o hay ignorancia o resistencia para comprender lo que es una sociedad políticamente organizada, con división de poderes, y autonomía de los órganos de control, no obstante que nuestra historia política ha demostrado que es proclive al principio, protocolizado en el mismo artículo 36 de la Constitución federal de 1863, pasando por la Carta Política de 1886, y el que se consagró con mayor énfasis en la Constitución de 1991; pero intereses de diversa índole no han permitido que se logre la plena independencia y autonomía entre ellos; hay reformas para todo, pero no para reforzar esa separación.
¿Cuál es el beneficio para una sociedad y un Estado que se estima debidamente organizado, que el gobernante pueda tener la opción de escoger a quienes deben vigilar y controlar la gestión y los gastos e inversiones del gobierno?
¿Qué sensación produce en la comunidad nacional, que un caso penal haga tránsito de una Corte a un órgano investigador, cuando se pone en tela de juicio la imparcialidad que, se entiende, debe reinar en ambos? Hay alegría en unos, alerta y preocupación en otros, y una sociedad adormecida que apenas reaccionará si afecta su interés marcadamente individual.
El país debe aprender y vivir lo que es realmente una democracia; sentir cuál es la responsabilidad que tiene frente a ella y lograr, con conciencia, su fortalecimiento; solo así podremos llegar a lo que todos anhelamos: la paz, la equidad y la justicia.
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