Augusto Morales

Lo más emblemático y representarivo del mundo occidental y que constituye sin duda alguna su más grande conquista política, lo es la Revolución francesa de 1789, cuyo ícono lo simboliza la toma de La Bastilla y lo encarna la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano; su lema: Libertad (Liberté), Igualdad (Égalité) y Fraternidad (Fraternité). La Constitución de aquel país europeo contiene normas que son inmutables (las de la Revolución), base de su institucionalidad y de gran respeto por el pueblo y sus gobernantes. Algunas políticas gubernamentales han exacerbado el ánimo de muchos de sus habitantes, pero la cultura por la legalidad prevalece.
Han pasado dos guerras mundiales, la de 1914-1918, y la de 1939-1945; se ha ido superando la marcada división entre derechas e izquierdas, de la que han hablado filósofos como Norberto Bobbio, que ha generado enormes distanciamientos de la humanidad, liderados ambos bandos por Estados Unidos y Rusia, cada uno con sus plurales aliados; la China es otro indiscutible protagonista geopolítico de la posmodernidad. Muchos conflictos internos o internacionales se han dado con el apoyo de unos y otros, y con cuántas violaciones a los más elementales derechos humanos por causas y objetivos políticos bastante discutibles o difíciles de asimilar. Colombia no ha quedado al margen, donde suceden sacrificios inútiles y también con finalidades harto dudosas.
Aquellos principios revolucionarios que con sangre le enseñaron al mundo el deber ser político y social, parece estarse olvidando, o que ya importan muy poco en países que otrora acudieron a su ejemplo; en donde la libertad está en entredicho, o la igualdad se concibe por grados para mantener diferencias dentro de una concepción formal, y la fraternidad se ha ido transformando en desunión, en desarmonía. El ser humano es lo primario, es la razón de ser de todo Estado y sociedad, es el que ha realizado los grandes inventos para su propio bienestar, el que produce la grandes riquezas, pero ha ido girando, o la han hecho girar, a un mundo egoista que ve su razón de ser en el dinero y la codicia. La actual experiencia mundial, sin sangre y muchas muertes, tendrá que modificar esos ‘valores’ que están orientando a las colectividades a la desestabilización.
Lo que más necesitan las sociedades, y muy especialmente la nuestra, es el convencimiento y respeto por la legalidad, pero la misma debe involucrar los principios de equidad, solidaridad y sinceridad, lo qe debe estar arropado por la disciplina social. No es que esos valores sean solo incorporados a los textos de las Constituciones, es menester que ellos se vean materializados.
En una conmemoración en Madrid del quincuagésimo aniversario del día de la ONU -adoptado en 1948-, y cuando apenas llevaba 7 años de vigencia nuestra Constitución de 1991, y sin las modificaciones que hoy tiene, los conferenciantes resaltaban de aquella su contenido social y político y el papel que entonces venía cumpliendo la Corte Constitucional, pero al mismo tiempo diagnosticaban que nuestra realidad mostraba cosa diferente. Los amables lectores sabrán valorar lo que ha venido aconteciendo en estas tres últimas décadas.
aLibertad, igualdad y fraternidad nos deben hacer trascender a la dimensión de la equidad, la solidaridad y la sinceridad, postulados todos que llegaron después del hombre; ellos deben ser el norte que guíe a toda sociedad.
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