Andrés Hurtado


Así que el solo hecho de saber que el famoso médico y Premio Nobel de la Paz y uno de los no
muchos hombres de los cuales la humanidad puede legítimamente y sin ningún reparo enorgullecerse, vivió en la casa que yo estaba mirando desde la acera del frente, me emocionó. Adapté un viejo refrán y lo expreso así: Dime cuáles son tus “admiraciones” y te diré quién eres. Creo que esta máxima funciona para conocer a la gente. Me causa curiosidad, por ejemplo, saber de personas cuyos máximos ídolos son solamente futbolistas o cantantes. Sé que realmente no se puede juzgar a estas personas ya que son reflejos de la sociedad y muchas veces de los medios de comunicación que glorifican modas y relumbrones mientras ciudadanos que realmente hacen inmenso bien a la comunidad como grandes médicos, intelectuales y científicos, por ejemplo, son ignorados. Me emociona, no lo niego, ver a nuestros futbolistas triunfar en el extranjero, pero de allí a mirarlos como mis grandes ídolos hay una distancia sideral.
Cómo me hubiera gustado mezclarme entre los negritos de Lambarene en Gabón, donde Schweitzer tenía su hospital y escucharlo interpretando a Bach al órgano, su músico preferido. Invito a mis lectores a que investiguen la vida de este hombre prodigioso, gran teólogo, médico, músico y humanista. Cuando se le acababa el dinero para atender al hospital que había fundado en Lambarene viajaba a Europa y daba conciertos interpretando a Bach y regresaba a su amada África con el dinero recaudado. Seres así me merecen infinita admiración. En una imaginaria subasta en la que ofrecieran objetos de Schweitzer, yo pujaría por alguno de ellos si tuviera dinero. Me gustaría tener su Biblia. Lo mismo que hacen otros por sus ídolos. Recuerdo haber leído hace unos años de una subasta de objetos de Elvis Presley y un fanático (o enfermo) pagó 10.000 dólares por unos calzoncillos del cantante. Hay “admiraciones” y admiradores para todo. Y todos, merecen respeto y comprensión, ni más faltaba.
Atravieso la Landesgerichs Strasse y llego a un enorme edificio cuya estampa domina todo este sector de Viena. Se trata del Rathaus, o sea el ayuntamiento de la ciudad. En Austria se habla alemán. Recordemos que hay un parecido entre este idioma y el inglés. Si en inglés calle se dice Street en alemán Strasse y con mayúscula pues en alemán todos los sustantivos, así sean comunes o propios, se escriben con mayúscula. En el plano que tengo de Viena veo además de las Strasse muchas Gasse, palabra que significa callejón.
El Rathaus es imponente e impresionante. Es un colosal edificio neogótico y bello, que mide 152 por 127 metros. Rematan el edificio varios pináculos y una torre altísima de 100 metros de altura coronada por una estatua de tres metros. La llaman “el hombre del ayuntamiento”. (Rathausmann). Por la noche la iluminación da al edificio un encanto especial. Lo visito y no me detengo a describir todas sus salas. Solamente destaco una curiosidad: en la sala de sesiones pende del techo una araña de bronce que pesa 320 kilos.
Frente al ayuntamiento hay una amplia plaza que en navidad se cubre de tenderetes que venden objetos religiosos y la llaman “el mercadillo del Niño Dios”. No se olvide que Austria es un país fundamentalmente católico. Los domingos los vieneses suelen venir a pasear a esta plaza que en enero y febrero, meses de invierno se convierte en pista de patinaje. El nombre de la plaza es Rathausplatz y en ella se alinean 10 estatuas de personajes de la ciudad.
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