Andrés Hurtado


Estábamos hablando de la Digitalis purpurea. Un lector me escribió que él ha visto la misma flor pero de color blanco. Tiene razón y se llama Digitalis purpurea alba. El nombre de purpurea se debe, como es obvio en este caso, al color de la flor. La planta pertenece a la familia de las escrofulariáceas y sus hojas poseen un potente veneno, la digitalina, que actúa sobre el corazón. La química ha fabricado un componente basado en este veneno y que se usa precisamente para prevenir arritmias cardíacas. La planta no es originaria de América y oí decir a un biólogo que llegó a nuestro continente entre las semillas que trajo Colón en su cuarto viaje, pero este dato no he podido corroborarlo. A los campesinos de Cundinamarca, departamento donde uno encuentra la Digitalis por todas partes, les he oído decir que los animales por instinto no comen la Digitalis, las ovejas, las cabras, los caballos, los vacunos. Si la comieran tendríamos una tragedia socio-económica, especialmente para los pequeños agricultores y ganaderos, pues la planta se encuentra, como hemos dicho, por todas partes en las tierras frías del departamento.
Hablando de los indígenas actuales del Llano forzoso es recordar a Silvia Aponte, la novelista más famosa de esta región del país. El poeta más importante del Llano y uno de los grandes de Colombia es indudablemente Eduardo Carranza. Silvia fue una llanera auténtica, nacida en Puerto Rondón de Arauca en 1938, de padre venezolano y de madre colombiana. Se puede decir, entonces, que tenía los ancestros de ambos Llanos, el venezolano y el colombiano. Fue una mujer autodidacta, apasionada por el Llano. Lo describió y lo cantó con profunda emoción y apego a la tierra, en muchos cuentos y novelas. En Villavicencio organizaba periódicas reuniones entre amigos escritores para hablar de sus novelas y de literatura. Algunas de sus obras son: el cuento La Catira María Eucadia, que logró gran resonancia, Amazonas del viento, Sapo Toribio, Camarita y el Capitán Guadalupe Salcedo. Y como estamos dedicando una serie de artículos al Llano, tierra de hombres libres, más adelante hablaré de las guerrillas del Llano, lideradas precisamente por Guadalupe Salcedo. En los cuentos de Silvia no pueden faltar los relatos de los espantos del Llano, como Federico el comeperros, la diosa Piaroa y el Caracuy.
La novela más famosa de Silvia Aponte es Las guajibiadas, sobre las matanzas de los indígenas del Llano. Yo supe de la novela por los años sesenta viviendo en Ibagué porque allí en un juzgado se llevó a cabo un juicio sobre una de estas matanzas. Estas vienen ocurriendo desde la Colonia cuando los españoles asesinaban a los indígenas porque se les entraban a sus tierras y según el decir de la época los nativos eran gente “sin alma”, no eran personas. En el siglo pasado cuando ganaderos y terratenientes del interior comenzaron la invasión del Llano, las matanzas se convirtieron en algo habitual. Los
indígenas acostumbrados a la libertad de las sabanas en su vida nómada no soportaban las cercas que habían levantado los nuevos moradores y las saltaban, siempre en pos de las presas de las cuales se alimentaban. Los terratenientes organizaban partidas de caza y los iban a buscar donde se habían escondido. Los asesinaban sin compasión y no importaba que hubiera niños de pecho, se los arrancaban a las madres y los mataban ensañándose muchas veces en las criaturas. Otras veces los invitaban a las casas de los hatos con la promesa de ayudarles y allí los asesinaban. De esta criminal costumbre surgió el verbo guajibiar.
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