Andrés Hurtado


“La carretera de la muerte” se convirtió en paraíso para ciclistas y nos cruzamos con muchos en nuestro recorrido. Los lectores pueden buscar por internet videos de los terribles accidentes ocurridos en la carretera. Creo que ahora solo dejan circular ciclistas. Aquí viene el motivo de mi comentario que es doble, uno el haber pasado por la finca de Klaus Barbie y el otro saber que en Colombia tenemos una carretera igual, pero nosotros no sabemos hacer propaganda de nuestras cosas.
Quiero extenderme un poco contando unas anécdotas porque las he vivido en varios países. Cuando doy mis conferencias mostrando las bellezas de Colombia casi siempre resultan personas que me contradicen algún punto. Esta “carretera de la muerte” de Bolivia fue uno de ellos. Dije que en Colombia tenemos otra que es todavía más peligrosa y como no llevaba fotos no me creyeron. Es la carretera entre San Francisco, en el Valle de Sibundoy y Mocoa.
El trayecto peligroso en Bolivia es corto, si mal no recuerdo no pasa de 5 kilómetros; el de Sibundoy-Mocoa es muchísimo más largo y con un agravante, tiene 20 curvas por kilómetro y los abismos son más profundos. Conozco viajeros que han recorrido ambas carreteras y dicen que la nuestra es más peligrosa y más bella. En efecto, por donde se mire son montañas y precipicios de selva y abundan las cascadas que caen a la carretera. Nuestra carretera se construyó, o mejor se abrió, tumbando selva para llevar urgentemente militares y armamento para el conflicto colombo-peruano de 1932-1933. Por ello no pudo planificarse correctamente. Lo mismo ocurrió con la carretera Popayán-Pasto en la misma fecha y con el mismo motivo. Este trayecto, horrible, duraba 12 horas. Me tocó hacerlo aguantando el tremendo calor del valle del Patía. Ahora existe la panamericana entre las dos ciudades capitales y el viaje dura solo seis horas.
En nuestro “Trampolín de la muerte” como llaman al trayecto entre San Francisco y Mocoa, del que venimos hablando, suelen ocurrir tres accidentes al mes y en muchos casos, igual que ocurre en Bolivia, no se hacen los rescates por ser demasiado complicados o por imposibles. Nuestra carretera tiene barandas y muros de cemento., Pero, “ni por esas”. E igual que en Bolivia, la lluvia, la neblina y los derrumbes son frecuentes.
Yo he transitado esta carretera varias veces con extrema precaución y me encanta. Recomiendo a mis lectores hagan ese recorrido, no para que se maten, sino para que disfruten del placer de transitar por un mundo de salvaje belleza.
Otro motivo de disgusto con nuestros gobiernos me lo proporciona el Museo del Oro de Bogotá. Siempre llevo una foto de la balsa del Dorado para mis conferencias. Y digo que es el museo de oro más rico del mundo, con 34.000 piezas de oro y tumbaga y 25 piezas de artesanía de diferentes materiales y es la colección prehispánica más grande del mundo. Y no falta el que me hable del museo de oro de Lima y me lo pondere como mejor. “Oh my god”, me toca armarme de paciencia y contestar con calma: Mire señor, “el Museo de Oro del Perú y Armas del Mundo” solo tiene 8.000 piezas de oro mientras que el nuestro posee más de 30.000 etc. Y le sigo diciendo que visité el museo de Lima que fue objeto de una donación que hizo el señor Miguel Mujica Gallo. Mi interlocutor al verme tan poseído del tema, simplemente se calla. ¡Estos gobiernos nuestros o sus institutos de promoción y turismo que no saben hacer propaganda convincente de nuestro país!
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