Andrés Hurtado


Llegar a la cumbre del Cerro Mavicure es alcanzar el éxtasis total. El silencio se impone ante la grandiosidad del paisaje y de los horizontes. Con la venia de los lectores reproduzco una vez más la frase de Teilhard de Chardin que es clave en mi vida de nómada de la Naturaleza: “Dejadme sentir la inmensa música de las cosas”.
Allí sí se está más cerca de las estrellas y entre las 8 y las 9 de la noche se ven pasar varios satélites y una que otra estrella fugaz estalla ante nuestros maravillados ojos. Algunas hacen un recorrido de media esfera celeste y dan tiempo para expresar un deseo. El mío es siempre el mismo: paz y justicia para Colombia.
Este consejo es casi un ruego para los que visiten los Cerros, que por favor no dejen de navegar Caño San Joaquín que se encuentra cercano, al sur de los Cerros. Los indígenas de El Venado los pueden llevar. Es uno de los miles de caños rojos de la selva y uno de los más bellos. Pensando en un futuro libro sobre las bellezas de Colombia una de las fotos que allí tomé quedó automáticamente seleccionada. En la foto se ve la hermosa canoa, el caño color rojo, el fondo del bosque que se refleja en el agua. Bañarse allí es un bautismo cósmico.
En el llamado Barrio Indígena de Puerto Inírida hay un monumento a la Princesa Inírida (Densicoira) montada sobre una barca. Un hermoso espectáculo de obligada visita son las sabanas consteladas con la así llamada “flor de Inírida”. Es endémica de los suelos arenosos de la región. Esos suelos de arenas blancas se llaman catingales en español y caatingales en portugués. La flor es emblemática del Guainía y durante mucho tiempo estuvo prohibida su comercialización y era decomisada en el aeropuerto a los turistas que querían llevarla como recuerdo. Ahora hay varios lugares donde se la puede conseguir legalmente. Uno de ellos es una enorme sabana de Martha Elena Toledo, mujer enamorada de la flor. Su propiedad se encuentra en la vía a Caño Vitina lugar del que hablaré más adelante y que se visita al lado de la cabaña de Camilo Puentes. En la misma vía y más adelante se encuentra la Reserva Quenque, palabra que en Kurripaco significa conuco. Vale la pena visitarla. Los guías Kurripacos hacen interesantes explicaciones sobre la flora y la fauna. La abuela nos mostró el trabajo del rayado de la yuca brava y nos habló con tristeza de cómo los jóvenes kurripacos no quieren seguir las tradiciones y la magia y los ritos ancestrales de la tribu y se van perdiendo. Fue una experiencia triste y a la vez enriquecedora. Igual que la vecina Marta Elena Toledo, los Kurripacos de Quenque tienen una inmensa sabana que está sembrada con miles de “flores del Inírida”. La flor semeja una espiga con varias puntas y las hay de verano y de invierno y en la sabana había ambas especies florecidas, en esta reciente visita mía. La de verano es más grande y sus colores son más vivos: el rojo, el blanco y el amarillo. En Puerto Inírida se ve la flor de Inírida en varios monumentos. El nombre científico de la flor de verano es Schoenocephalium teretifolium. La de invierno se denomina: Guacamaya superba. Nos hemos acostumbrado a decir Puerto Inírida, pero el nombre verdadero es Inírida o Municipio Inírida.
Antes de seguir con las bellezas del Guainía digamos que desde Bogotá dos empresas aéreas sirven la ruta de Inírida: Satena y recientemente Easy Fly.
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