Andrés Hurtado


Fiel a una inveterada y consentida costumbre de más de 40 años, de vivir las Navidades y el Año Nuevo “lejos del mundanal rüido, que del oro y del cetro pone olvido”, marché con un reducido grupo de cuatro amigos y amigas a la selva amazónica del Guainía. Mis departamentos preferidos en la selva son el Guainía, el Vaupés y el Guaviare. Guainía, palabra que significa “territorio de muchas aguas” y que ha merecido capítulo especial en mi nuevo libro, PARAÍSOS DE COLOMBIA, que acabo de lanzar con Villegas Editores, significa “territorio de muchas aguas”.
Quiero invitar a mis lectores a que viajen a este territorio de inmensas bellezas naturales y de gran riqueza ancestral autóctona. Me referiré a tres comunidades indígenas muy bien organizadas y abiertas al turismo. Dos ubicadas en las goteras de la capital del departamento que es Puerto Inírida y la otra en el perímetro urbano, dentro de un gran Resguardo.
José Luis Melo, capitán de la Comunidad Concordia nos llevó a su reserva. Deliberadamente hizo notar cómo al entrar a los terrenos de su comunidad desaparecían basuras. Las casas del poblado están espaciadas y en la pared de una de ellas está pintada una enorme boa. Los cubeos, habitantes de Concordia, se consideran en su cosmogonía, descendientes de una gigantesca anaconda. Aparte de la amabilidad con que nos recibieron lo más destacable fue la danza que cuatro parejas, ataviadas con los trajes tradicionales, protagonizaron para nosotros. Nos permitieron, por supuesto, hacer videos y fotografías. Después nos brindaron su gastronomía tradicional cuyo plato principal es el “pescado moquiado”.
No porque esté aquí hablando de ellos, sino porque es mi realidad culinaria como lo he expresado muchas veces en publicaciones de prensa, revistas y en programas de radio y televisión, mi plato preferido en Colombia es precisamente “el pescado moquiado” e internacionalmente la paella española cuando lleva muchos “tropiezos” como dicen en Valencia, o sea productos de mar.
“Y cómo es él?” No se trata de cualquier pescado sino de uno que tenga pocas espinas, como el bagre o el bocón. Lo asan a 40 centímetros del suelo. El pescado se asa en su propia grasa. Es un auténtico manjar para chuparse los dedos. Lo sirven acompañado de un trozo de “arepa”, que es una torta llamada casabe, hecha con harina de yuca brava.
Los indígenas cultivan en su “ conuco” la yuca brava. El conuco es el área de cultivo abierta dentro de la selva. Y la tal yuca brava contiene nada más y nada menos que cianuro. ¡Hágame el favor! Es imposible distinguir una mata de yuca brava de otra de yuca común, la que cultivamos nosotros. Al menos yo, viajero de decenas de años a la selva con muchas travesías en ella, no logro notar la diferencia. Las mujeres se encargan del conuco y de la siembra y los hombres de la caza y de la pesca.
Una vez rayada la yuca brava introducen la harina, que es de color amarillo en un utensilio en forma de tubo largo uno de cuyos nombres es sebucán, elaborado con fibra vegetal y le añaden agua. Al tal tubo se lo alarga y se lo contrae muchas veces de modo que el cianuro se va eliminando con el agua. Nunca faltan en la comida pepitas de ají, generalmente muy picante, que colocan en una tacita al lado del pescado para que el comensal lo consuma si es de su gusto.
Los cubeos fabrican bellas artesanías. Luego nos llevaron a la Laguna de las Brujas, quizás la más bella que he visto en la selva amazónica. (Continuará).
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015