Andrés Hurtado


Con alegría y con curiosidad admirativa (¿está correcto el uso de este adjetivo, mi admirado Efraim?) voy leyendo los sesudos y eruditos comentarios de tu libro. Son 1.628 y los leeré todos “con despacio” como solemos decir. No me corrijas la frase porque está entre comillas. Y digo que los leeré todos porque aprendo mucho y además son divertidos. Tengo tu libro sobre los refranes de Cervantes y vuelvo a él de tiempo en tiempo. Sobra decir que además de los editoriales y de las columnas de opinión, tus correcciones de los martes son lectura mía preferida en nuestro periódico LA PATRIA. Recibí tu libro el día 1 de febrero y de un tirón me leí los primeros 80 comentarios; el confinamiento da tiempo para entregarse a buenas lecturas. No son simples quisquillas las que tú escribes, son anotaciones de gran importancia para que los periodistas aprendamos a respetar el idioma y de paso manifestemos nuestra cultura, si es que la tenemos. A propósito quiero citar un párrafo del Introito de Mario García Isaza: “Quedan (fíjate que utilizo mayúscula después de las comillas) aún entre maestros, dirigentes, periodistas, profesores, algunos que nos honran con su pluma y su verbo, loado sea Dios. Pero pululan los que incurren en cada dislate, en cada vulgaridad, en cada desaliño escrito u oral, que da grima. La influencia que ejercen sobre la manera de expresarnos quienes manejan los medios de comunicación…es verdaderamente nefasta”. Y continúa: “En medio de ese panorama de mediocridad y dejadez lingüística, emergen, como arando en el mar, predicando en el desierto y majando en hierro frío, las figuras de los defensores y guardianes de este tesoro de nuestra lengua; los que reclaman contra los que la maltratan; los que se esfuerzan por rescatar del vertedero en que muchos la tiran; los que se empeñan, con la autoridad que les da su sapiencia y su devoción, en extirpar las corruptelas que, como cáncer, minan su vigor y afean su esbeltez…Uno de esos meritísimos incansables quijotes de la lengua es, entre nosotros, don Efraim Osorio López”.
Quiero hacerte una pregunta, admirado Efraim; siempre he tenido curiosidad por saber si se ha fastidiado y te ha reclamado alguno de los periodistas a los que has corregido. Recuerdo una anécdota de un antecesor tuyo en el noble oficio de gramático y maestro del buen decir y escribir. Me refiero a Roberto Cadavid Misas, el inolvidable Argos del Espectador. Contó en su columna que una periodista de alta alcurnia (callo su nombre, su ciudad de origen y el periódico en el que colaboraba) se quejó en su artículo de que Argos no la tenía en cuenta para sus correcciones. ¡Quién dijo miedo! A los pocos días Roberto le dedicó su columna entera y le echó en cara cantidad de errores que la columnista había cometido y que Argos le venía guardando. Para la pobre periodista aquello fue una vergüenza.
Leo en tus correcciones el espantoso verbo recepcionar que utilizan los narradores deportivos, que ¡oh my god! suelen maltratar horriblemente el idioma. Y cuando dicen que tal equipo metió un gol a través de tal jugador, me quedo pensando cómo sería el tremendo hueco que le hicieron al pobre futbolista al atravesarlo con el balón; debió quedar instantáneamente muerto en la cancha. Y pienso en la manía de los periodistas al decir: Espero por Carlos en vez de espero a Carlos. En fin, Efraim, gracias por tus quisquillas y por todo lo que aprendemos de tus cariñosas correcciones; son bien recibidas.
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