Andrés Hurtado


Estábamos en la isla Margarita. La curiosa historia de las ruinas de la iglesia y del convento de lo que veníamos hablando ilustra el poder de los reyes sobre vidas y haciendas, y la consecuente obediencia de sus súbditos. Esta historia solo pudo ocurrir en aquella lejana Edad Media. Hoy sería imposible e inaceptable.
El rey Bela IV hizo un voto a Dios de que si lo libraba de la invasión de los mongoles le dedicaría la vida de su hija metiéndola en un convento. Y dicho y hecho. Construyó para ella el convento y una iglesia contigua. La niña, que apenas contaba entre 9 y 10 años vivió en el convento hasta los 30, edad en la que murió y allí se santificó. La Iglesia la canonizó muchos años después. “O témpora, o mores”. De esta niña santa viene el nombre de la isla.
En un camino de la isla encuentro los bustos de muchos artistas y escritores famosos de la historia contemporánea de Hungría y más adelante me topo con la iglesia de San Miguel construida sobre las ruinas de otra que fue de los monjes premostratenses. Y aquí me narran otra historia curiosa: la campana que corona la torre fue enterrada bajo un árbol para evitar que la robaran los otomanos cuando llegaron a Budapest. Un rayo que cayó sobre el árbol puso al descubierto la campana. En la isla hay dos grandes hoteles, uno de los cuales fue durante mucho tiempo el más lujoso de la ciudad. Su nombre primitivo fue el Grand Hotel Margitzsiget. Después de la Segunda Guerra Mundial pasó a llamarse Danubius Grand y fue modernizado. Al lado se construyó después un lujoso Spa de nombre Danubius Health Spa Resort Margitsziget. Me permiten la visita a ambos hoteles. Oyéndome hablar en la recepción se me acercó un huésped, turista de Medellín, que me reconoció. Era un hombre elegante ya entrado en años que me recordaba de los programas que Pacheco y Gloria Valencia me hicieron en televisión con arañas y escorpiones. El paisa viajaba con sus hijos y nietos.
Yo quería conocer las ruinas arqueológicas de Aquincum, la ciudad fundada por los romanos en el año 100 de nuestra era y que es el origen de Budapest. Las ruinas están en las afueras y hasta allá me trasladé. Antes de los romanos estuvieron en la región los eravos y los celtas. En el año 409 llegaron los Hunos con su jefe Atila y permanecieron en Aquincum cerca de 50 años. En el año 896 los magiares llegaron a la región y se quedaron para siempre. El año 896 es clave en la historia de Hungría como ya lo hemos reseñado en artículos anteriores. Luego se fundó el reino con San Esteban, el primero de los llamados reyes santos de Hungría. Por las calles de las ruinas de Aquincum uno camina viendo lo que fueron las construcciones de la época, los baños, las viviendas y los templos. Quedan los ruinas del gran anfiteatro, se distinguen perfectamente las pocetas y los conductos de lo que fue la calefacción. Llaman la atención las casas rodeadas de columnas o peristilo. Se admiran también los baños públicos. Recorrí toda la Decumanus Máximus, o calle principal. Estas cosas del pasado me llaman mucho la atención. En un rincón de mi alma debe flotar perdido entre muchos un sueño fallido de arqueólogo. Llegó por fin el día de la visita al cementerio. Me gustan, lo he dicho varias veces. Después de caído el comunismo, me explicó un guía, el cementerio cobró explicable importancia para Budapest.
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