Andrés Hurtado


Los lectores conocen la definición de salvaje que yo manejo, definición que no es mía, sino de los indios de las praderas del oeste americano. “Salvaje es lo más parecido a libre”. Por eso las mascotas no son libres, y por eso mismo no tengo mascotas. Respeto, desde luego, a las personas que las tienen. De todos modos me hago una pregunta: ¿Por qué centenares de personas se reunieron en Medellín e hicieron una manifestación de protesta cuando la autoridad ordenó eliminar a un perro que había matado a una anciana y nadie protestó por la muerte de la viejita? Ahí dejo la pregunta.
Así, salvajes y libres son los miles y miles de animales que vagan por las sabanas del hato La Aurora.
Las aves son quizás el atractivo principal para muchos visitantes del hato. Se han contabilizado 350 especies y yo tengo la suerte de haber fotografiado decenas y decenas de ellas. La Aurora es el paraíso de los ornitólogos y de los observadores de aves. Llaman la atención el garzón soldado, una especie de garza de más de un metro de altura; el águila negra que otros llaman gavilán negro, hermosísimo pájaro de color totalmente negro; los buhitos sabaneros que hacen el nido en tierra y salen a calentarse y siempre se los ve en parejas; las corocoras, que son parecidas a las garzas, pero con un pico largo y de color rojo encendido; el pájaro sol y luna, que tiene en un ala la figura del sol y en la otra la de la luna; un búho de gran tamaño que tiene su nido en un árbol que se encuentra al lado de las instalaciones del hotel Juan Solito; las bandadas de aves migratorias que llegan a los humedales del hato; los garrapateros que se posan sobre el ganado, sobre los chigüiros y sobre los venados a quitarles las garrapatas. Los arucos son pájaros de 60 centímetros de altura y dos metros de envergadura, tienen dos espolones en el carpo y un copete de consistencia córnea. Se parecen a los patos. Su nombre: Anhima cornuta.
Al lado del comedor, a escasos 4 metros de la mesa, siempre hay un racimo de bananos y a toda hora llegan aves a comer: carpinteros, azulejos, cardenales, carriquíes, incluso pavas, etc. Podría alargar las historias de las aves en el hato pero ya es suficiente con esta muestra. Por la noche es posible ver chuchas o zarigüeyas que también acuden al racimo.
En los árboles que rodean una de las lagunas el espectáculo del garcero que allí se asienta es maravilloso. Al atardecer comienzan a llegar desde todos los ángulos del cielo garzas blancas y corocoras, de modo que los árboles parecen arreglos navideños con algodones blancos y rojos. Las fotos que allí se obtienen son de postal.
En las lagunas abundan las babillas que salen a calentarse al sol y los visitantes se pueden acercar a fotografiarlas.
Al amanecer y al atardecer a la sinfonía de las aves se une el lúgubre aullido de los micos araguatos o aulladores. Es la manifestación de la vida del Llano en toda su mágica pujanza. En la laguna del garcero Jorge Londoño y su equipo de científicos de los caimanes han liberado una veintena; a estos saurios se les coloca encima un aparato transmisor mediante el cual se los puede monitorear. Estos caimanes son los cocodrilos del Llano o del Orinoco y su nombre científico es “Crocodylus intermedius”.
Los felinos son otro capítulo, muy especial, en el hato La Aurora.
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