Andrés Hurtado


En la pampa argentina las competiciones de coplas se llaman payadas de contrapunto, y así las admiramos en Martín Fierro y en algunos cuentos de Borges, como el titulado “El fin”. Este cuento que pertenece a Ficciones, igual que “Diles que no me maten” de Juan Rulfo nunca faltan en mis clases de literatura. En el Llano los llamamos copleros y en Argentina, Paraguay, Uruguay y Chile (Cono Sur) se denominan payadores. Este género literario popular de competición se denomina payo en Chile y es patrimonio cultural de la nación. Los payadores, aquí como allá, deben ser repentistas y en la competencia pierde el que tarda mucho tiempo en contestar la copla o se declara rendido. Las competiciones no tienen duración definida que puede ir desde varias horas, una noche o más tiempo. Los participantes se acompañan de trago en nuestro caso, y de mate en el Cono sur. Entre nosotros las estrofas son de cuatro versos. En el sur pueden ser de ocho, de diez y a veces de seis.
Las coplas de los payadores argentinos cubren temas más universales que las de nuestros copleros llaneros. Allá además de versar sobre aspectos localistas tratan temas como la muerte, el destino, Dios, la mujer, el patriotismo… En el Llano en las coplas tradicionales se canta más a las faenas diarias, a los elementos del Llano y a la mujer, por supuesto. Y digo tradicionales, porque modernos copleros incluyen incluso temas políticos. Les Luthiers en su inconfundible estilo humorístico cantan “La payada de la vaca”. Y hablando de vaca, este término fue utilizado por el gaucho Martín Fierro para ridiculizar a una morena cuando entró a la milonga. Las estrofas utilizadas son cuartetas:
Al ver llegar la morena
que no hacía caso de naides
le dije con la mamúa:
va…ca…yendo gente al baile.
La negra entendió la cosa
y no tardó en contestarme
mirándome como a perro
más vaca será su madre.
Y más adelante, para ofender al negro que salió en defensa de su negra, Martín le espetó esta otra cuarteta:
A los blancos hizo Dios,
a los mulatos San Pedro,
a los negros hizo el diablo
para tizón del infierno.
Se trenzaron los dos, Martín y el negro, en una pelea, en la que murió este. Y siguiendo con el tema de las coplas, en mis clases de literatura les doy amplia cabida.
Nunca falta la historia de las coplas que se cruzaron Gregorio Gutiérrez González, el poeta del maíz, y Julio Arboleda, el poeta, militar y político payanés. Fueron contemporáneos y sus fechas de vida y muerte se acercan mucho. Julio nació en 1817 y murió asesinado en Berruecos, donde también mataron a Antonio José de Sucre, en 1862. Gregorio nació en 1826 y murió en 1872. Las coplas que se cruzaron son para mí las más bellas de la historia literaria de Colombia. Los dos se sabían repentistas y deseaban conocerse. En aquellos tiempos no existían las carreteras, sino los caminos de los arrieros en los que de trecho en trecho había las famosas fondas camineras que fueron elementos muy presentes en la literatura costumbrista y en los cuentos de los arrieros. Había una fonda famosa en el camino que unía a Antioquia con el sur del país y allí paraban siempre los arrieros. Tanto Julio como Gregorio a su paso por ella habían dicho al dueño: cuando yo llegue si está Julio o Gregorio (según el caso) me avisa porque quiero conocerlo. Y así fue. Llegó Gregorio y el dueño le dijo que Julio estaba en un rincón hablando con unos amigos. (Continuará).
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