Álvaro Gartner


Durante los primeros días de confinamiento se conocieron tantas actitudes de solidaridad, que hicieron creer en el comienzo de una cohesión social, por encima del individualismo. Así creímos quienes vemos en esta situación un llamado de atención para medio enderezar el camino de autodestrucción que transita la humanidad, a pasos cada vez más acelerados. Por una vez, las buenas acciones fueron noticia; Caracol y RCN parecían noticieros alemanes.
El paso del tiempo reveló otra pandemia, esta vez espiritual, cuando volvió a aflorar lo mezquino de la condición humana: aquellos que nacieron… siendo lo que son, hacen del encierro un coto de caza para el maltrato, la violencia y el abuso sexual. Y quienes en el andar se convirtieron en lo que son, han desfallecido en el intento de ser buenas personas. El esfuerzo resultó superior a sus fuerzas. Tanto se acostumbraron a obrar mal, que ya es parte de su manera de ser.
Se refinó el ‘logrerismo’: aquellos obran con más sevicia; estos, sean individuos o sean empresas, solo buscan sacar provecho de la difícil situación. O digan lo contrario en Olímpica, Falabella, Alkosto, Homecenter, Jumbo y Éxito, entre otros, donde convirtieron el Día sin IVA en el Día del Engaño.
Los prometidos alivios estatales no se aprovechan para sortear la difícil situación económica, sino para hacer trampa: unos fingen ser artistas y esquilmar dinero de la cultura. Otro pregunta si debe pagar la cuota alimentaria de su hijo. Debieron responderle que no se preocupara, que el muchachito dejará de comer hasta cuando vuelva la normalidad. Otro quiso saber si había que pagar a las empleadas domésticas que no pudieron ir a trabajar por causa del aislamiento obligatorio; o los dominicales a las internas. Conocidos son los casos de aquellas a quienes enviaron a dormir al sótano o encerraron en el cuarto del reblujo, al quedar confinadas en las casas de sus sensibles patronos, gente pudiente y de buena familia, claro.
A pesar de lo execrables que sean quienes así obran y repudiables sus acciones, es todavía más criminal la conducta de quienes salen a la calle sin guardar las precauciones debidas y repetidas hasta el cansancio. Se los (y se las) ve pasar con el tapabocas bajo la cumbamba, como si tuvieran paperas, o sin él, con un caminado de macho alfa invencible, patiabiertos, porque ‘aquellas’ son más grandes que sus cerebros. Y son de oír los bufidos y de ver las toses y los escupitajos de tales ‘machos de trapo’, así los llaman en la Costa, y de las enfurecidas féminas, cuando les llaman la atención.
Con los malos ejemplos del muy Bolsonaro presidente de Brasil y de Trump, el Maduro de los EE.UU., los pendejetes locales también se declararon inmunes. No han advertido que el gringo ya tapó su bocaza, no para evitar males, por ser él mismo un mal, sino por captar votos para la reelección. Creen que solo los bobos enferman o que el virus es una conspiración política. Estarían en el derecho de escoger cuándo, dónde y cómo morir, si lo hicieran solos. Pero, igual que los motociclistas, no se matan sin llevarse a alguien por delante.
Solo han abierto los ojos quienes escarmentaron en carne propia la crudeza de la realidad, al enfermar o tener enfermos en casa. Y pronto habrá más conversiones. También llegará el momento para los recalcitrantes convencidos de ser huesos duros de roer, el día no está lejano, cuando entenderán el sentido del hermoso bambuco ‘Bejucos’ de Manuel Salazar y Eddie Salospi. Entonces se les verá visitando cementerios “en que todos los muertos son conocidos”.
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