Álvaro Gartner


El calendario dice que es 2018, aunque el cansino transcurrir de estos primeros días no permita establecer diferencia con 2017. Tal vez cuando pronto regresen afanes, premuras y apremios, se comprobará con resignación que el nuevo año es el mismo año de siempre. Se lamentarán quienes no viven por vivir en el futuro: “¡Cómo corre el tiempo! ¡Qué hace que estábamos en Navidad! ¡Se acabó este año!”, propio de quienes poco o nada hacen.
Hasta bueno es que estas calendas tempranas sean aletargadas, cansinas, proclives a la molicie y/o frenéticas, gocetas, embriagadas. Son un alto en el camino de la esclavitud laboral y del consecuente consumismo en que se convierten los meses restantes.
Perezosos y festejantes reciben con alegría y alivio este puente de Reyes Magos. Algunos mirarán el pesebre, incapaces de distinguir cuál es Baltasar, cuál Melchor y cuál Gaspar. Solo les importa saber que el lunes será feriado. Un chulo en el calendario…
En el último rincón de la memoria fue refundida la significación que tenía para nuestros antepasados el día de los enigmáticos astrólogos y sus vísperas: temían la noche del 5 de enero, porque “brujas y hechiceros se juntaban invisibles en el aire para realizar sus malvadas fechorías en detrimento de hombres y bestias”, explicó el antropólogo británico George James Frazer en ‘El folklore en el Antiguo Testamento’. Era la ‘Duodécima noche después de Navidad’ y los endriagos parecían querer conjurarse contra el recién nacido salvador divino.
Tanta importancia tuvo la creencia, que inspiró en Shakespeare la comedia ‘Noche de Reyes o Lo que queráis’. Saltó a América, donde las buenas gentes establecieron todo un ritual para protegerse: mientras en los templos redoblaban las campanas, en las calles sonaban conjuntos musicales y en el aire estallaba la ‘pólvora de trueno’. Tanto ruido aturdía a los espíritus malignos, quienes se iban hacia regiones más apacibles. (Por la misma razón, se conserva el toque de difuntos). Poco antes de las 11:00 p.m. las personas se encerraban a rezar, porque a la medianoche empezaría el horrendo aquelarre.
Según Frazer, había otras noches peligrosas, “preferidas para llevar a cabo sus reuniones o aquelarres”, durante las cuales “se hacía doblar las campanas”: la de Santa Ágata, en febrero 5 y la Noche de Walpurgis, abril 30. En vísperas del San Juan, junio 24, en la alemana Rottemburg, “las honradas gentes atrancaban bien sus ventanas y tapaban rendijas y grietas, no fuese que las horribles criaturas trataran de colarse de rondón en las viviendas”. Se acostumbraba “ahuyentar la aborrecible tropa con el ruido infernal hecho con instrumentos diversos, ruido al que contribuían también en buena medida las campanillas de mano y el restallar de los látigos”.
El día siguiente paso era celebrada con pompa la Fiesta de los Reyes Magos, que en el actual occidente de Caldas fue notable, como se lee en ‘Tomás’ de Rómulo Cuesta, primera novela de la literatura caldense. En Supía fue representado hasta mediados los años 1960 el ‘Drama de los Santos Reyes’, auto sacramental cuyos orígenes se remontan al siglo XII.
Ese día los esclavos negros celebraban la libertad del ‘Día de Reyes’. Según Fernando Ortiz en ‘Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba’, las negritudes “salían a las calles y plazas para llevar a cabo las ceremonias tribales que ellos realizaban en África una vez al año y que aquí solo les eran permitidas públicamente en ese u otro día señalado, con el beneplácito y auxilio de las autoridades”. El investigador riosuceño Julián Bueno concluyó que en asentamientos mulatos como Marmato y Quiebralomo, también se tuvo esa costumbre.
Por si acaso: si alguien conserva la extraña costumbre de leer columnas de opinión en esta época, y si de puro desocupado lee ésta, no vaya a pensar que el autor padece síndrome postnavideño o el de la hoja en blanco. Por el contrario, los hechos narrados no tendrían sentido en otro tiempo: contienen las génesis del inacabable gusto por la pólvora, del Carnaval de Riosucio y de la Feria de Manizales, sin importar qué sean ahora. Son parte de la cultura caldense. La pesadez de estos días lo hizo olvidar advertirlo desde el comienzo.
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