Álvaro Gartner


Durante el invernal mayo, las aguas del río Cauca arrastraron cables y entablado del puente colgante de El Pintado, entre Filadelfia y Riosucio. Quedaron solo las pilastras de calicanto, cuyos resistentes 130 años muestran que no fueron levantadas por contratistas que hoy lamen mermelada hasta deponer panelitas. Con ellas pegan las endebles obras públicas que los contribuyentes pagan varias veces y ven una sola, por poco tiempo.
En la edición de LA PATRIA de mayo 30, el alcalde de Filadelfia, Germán Zuluaga, informó de una evaluación técnica de este patrimonio arquitectónico, por ingenieros de la Secretaría de Infraestructura de Caldas, con miras a restaurarlo: “Dijeron que sí es posible porque quedaron todas las cuerdas, excepto una”. Es útil todavía.
Dos meses después, el director de la Unidad Departamental para la Gestión del Riesgo de Desastres (¡aire!), Félix Ricardo Giraldo, mencionó “reconstrucción” en el noticiero de la Gobernación. Pero su homólogo nacional, Carlos Iván Márquez, lo desmintió anunciando la “construcción de un puente peatonal que cumpla con toda la normatividad”, lo que sea que signifique.
El gobernador Guido Echeverri puso la cereza: “Hay que destruir…acabar de tumbar el puente de El Pintado” y repitió el verbo, para “construir un puente nuevo”. (¡Para qué te traje, che!).
Premonitorio resultó el escepticismo en la ‘Cuartilla’ de mayo 26, relativo a una eventual salvación de esa joya: “¡Para qué anticipar decepciones que inevitablemente llegarán!”. Llegaron, a través de burócratas expertos en gestionar desastres culturales.
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Larga adenda: en julio 22, el Recinto del Pensamiento, no siempre usado con tal propósito, fue escenario de un sainete que opacó la obra teatral de Jorge Max Rhode, ‘El hipócrita político’ (perdón por la redundancia): “La Gran Cumbre de la Gratitud”, con mayúsculas, para agradecer a Ómar Yepes Alzate “su gestión [sic] durante 55 años de trayectoria” y felicitarlo con misa de cuerpo presente por su inocultable ancianidad.
Con estilo ‘vintage’, los protagonistas encarnaron los personajes fijos de la ‘Commedia dell’Arte’, para improvisar los diálogos del momento, a la clásica usanza renacentista: Scaramuccia Andrade, “il capitano nazionale”, levantó su plebeyo mentón, entrecerró los ojos y entre fanfarrias y clarines sentenció de aristocrática manera: “Es una obligación política, moral y personal de [sic] venir a expresar un sentimiento de gratitud por un gran hombre de Caldas”. ¡Hoy sí! de lo que nos perdimos por no ir…
Pantallone Irragori, popayanejo ya maduro, acalló cualquier opinión en contra: “Nadie puede decir que Ómar Yepes cometió algún error en su actividad política, al contrario era un verdadero ejemplo”… de lo que sabemos.
Añadió Pulcinella Arango: “Él ha concebido la política como una vocación de servicio a la comunidad”… familiar. Brighella Orozco repetía como un bajo continuo: “Por hacer mucha gestión por Caldas”. Nadie supo a qué se refería.
Con grandilocuente acento ansermeño, ‘il dottore Graziano’ Restrepo declamaba: “Es un justo reconocimiento de todo lo que ha hecho Ómar Yepes por el departamento”, aunque lo bueno esté por verse. Desafinado como es, dio la nota discordante en el azul coro celestial: “Acá estamos todos los amigos, así no estemos de acuerdo con sus orientaciones políticas”. ¡Pero hombre, si son tan sencillas: “Apunten al erario!”.
Pagliaccio Jorge Hernán hacía zalemas: “Ómar no ha sido de homenajes, trató de que no lo hiciéramos” tan sencillo. Mucho más merece quien sacrificó hasta la honra “sirviéndole a la comunidad de Manizales, de Caldas”.
Al quedar mudo, Florindo Arturo se transformó en Pulcinella. Y faltó Tartaglia Pastrana, quien “no pudo asistir por su papel de mediador en Venezuela”, que ha sido como un re-constituyente para ese país. Nicolás necesita interlocutores elocuentes.
La improvisación del libreto dejó en el olvido el más grande mérito del agasajado: con Barco y Giraldo cambiaron para siempre las inocuas y señoriales costumbres políticas caldenses, por otras más… provechosas. Imperdonable.
Humilde como es, el alabado se limitó a responder el índigo florilegio: “El gran homenaje fue votar por mí”. Realmente inmerecido. Y para colmo, su obra máxima el disco de boleros, nadie lo conserva. ¡Qué gran artista perdió el departamento!
Si por lo oído, Caldas todo quedó debiéndole a Ómar Yepes, ¿por qué a la Gran Cumbre de la Gratitud asistieron apenas 300 personas? ¿O era solo para sus reales beneficiarios?
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