No me faltaron ganas de quemar el pasaporte colombiano con todo lo que pasó esta semana en el país. A las cada vez más frecuentes masacres (según el Observatorio de Conflictos, Paz y Derechos Humanos del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz - Indepaz, 42 personas perdieron la vida en las doce masacres que van en este año) se sumó el informe de la Jurisdicción Especial para la Paz - JEP de que los asesinatos extrajudiciales a manos del Ejército (conocidos como “falsos positivos”) no fueron 2 mil 248 como dijo la Fiscalía, sino 6 mil 402.
Para mayor vergüenza, la senadora por el Centro Democrático Paloma Valencia refutó la cifra aduciendo que nos quedemos con el monto más bajo de muertos, como si 2 mil ejecutados no fuese escandaloso.
Pero mientras el país se desangra y se asoma al espejo de su barbarie, el presidente Iván Duque y su comitiva de lambones sacan pecho y se hacen selfies haciendo la V de la victoria con los dedos porque llegaron a Colombia las primeras 50 mil vacunas del Covid-19. “Aquí no podemos ser triunfalistas, pero lo que no podemos dejar es que se nos arrebate la alegría de la vacunación masiva”, dijo el mandatario, justificando el patético espectáculo montado con la llegada, distribución e inoculación de las primeras vacunas.
La “alegría” de este liliputiense mediocre se refleja en esas imágenes de él y su círculo de poder cercano aplaudiendo el aterrizaje del avión de carga y luego poniéndole una bandera de Colombia a una caja con vacunas para el 0,08% de la población. No podía faltar el discurso con el logotipo de la empresa de mensajería DHL al fondo; una estrategia de emplazamiento publicitario que no se veía desde que a FedEx le hicieron la película El Naufrago, con Tom Hanks como protagonista.
Pensaría uno que eso era suficiente, pero entonces la distribución de las dosis fue otro show: desde ignorar al Amazonas en la repartición de vacunas a pesar de ser un departamento crítico por tener sus UCI llenas, por la vulnerabilidad de los nativos y por ser el único que presenta la variante brasileña del SERS-CoV-2; a no arrancar a vacunar hasta que no haya un funcionario del gobierno posando para la foto.
Que la vacunación no puede servir para “vanidades”, dijo Duque. Tampoco para “triunfos individuales”. Pero en Cali aplazaron cuatro horas la inmunización porque el ministro de Justicia no llegaba para la foto. En Sincelejo devolvieron la caja con las vacunas del hospital a la calle porque quien la entró fue el jefe de vacunación departamental y no el gobernador de Sucre, a quien le tenían comité de aplausos que debía quedar en video (https://bit.ly/2Zzsrdw). A Manizales mandaron 990 dosis escoltadas por el ministro de Salud porque ajá.
Ridículo tras ridículo. Escenas que evidencian la ligereza de nuestros gobernantes y que desnudan las realidades de la precariedad de nuestro sistema de Salud. Veronica Luz Machado Torres, la enfermera jefe del Hospital Universitario de Sincelejo, fue la primera colombiana en recibir la vacuna de Pfizer y en medio de los aplausos, la presencia del presidente Duque, las cámaras y la “alegría” se supo que le deben dos meses de salario.
Anuncian con orgullo que el primer día se inocularon a 18 ciudadanos, en una fila de 51 millones de personas, y que ya casi llega otro puñado de dosis. Así se irá este año y el próximo: vacunas a cuenta gotas. Una macabra estrategia que sirve para juntar época de campaña electoral con las necesidades de salud de la comunidad. Carissa Ettienne, directora de la Organización Panamericana de la Salud, señaló que “politizar las vacunas y otras medidas de control no sólo no ayuda, sino que podría también exacerbar el virus y cobrar más vidas”. Una advertencia que llega a los oídos sordos del fantoche de Duque, más interesado en la “alegría” politiquera que en cuidar al pueblo que juró proteger.
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