Millonario. Misógino. Racista. Clasista. Hijos con empresas cuestionadas. Impulsivo. Autoritario. Desconocedor de las leyes y de cómo funciona el país. Ignorante. Embustero. Colorado, de pelo artificial y se siente a gusto en el calor de Florida, donde le gusta estar rodeado de mujeres jóvenes… Donald J. Trump se lanzó a la presidencia de los Estados Unidos porque quería demostrar que - en una nación ensimismada, alienada y aislada por las redes sociales y los medios del entretenimiento - podía llegar a ser presidente. Y lo logró.
No era el primer millonario, de derecha, racista y misógino que intentaba llegar a la Casa Blanca. Ya en 1992, el tejano Ross Perot había participado en la carrera presidencial contra George Bush y Bill Clinton, pero su discurso anticorrupción y antipolítica tradicional no caló. Era obvio su corte populista y antidemocrático. Pero eran otros tiempos; nada de redes sociales, medios más moderados y votantes más críticos. Hasta canales como MTV tenían programas como Rock the vote y promovían debates, hoy es solo realities de mexicanos con las hormonas alborotadas en casas de lujo. Ya ni música pasa ese canal.
Trump se presentó como la alternativa a los partidos tradicionales que, embebidos en sus conflictos internos, se desconectaron de lo que querían los ciudadanos. Luego la derecha republicana lo acogió y desde allí comenzaron con una campaña de “cualquiera menos Clinton”, refiriéndose a Hillary (esposa de Bill), entonces candidata demócrata a la presidencia y que fue secretaria de Estado, senadora, diplomática y primera dama de esa nación en los 90. Los mayores logros de Trump hasta ese entonces habían sido evadir a la justicia por sus líos como constructor y ser un tirano en el reality de televisión The Apprentice.
Con el discurso “Drain the swamp” (Drenar el pantano), Trump decía que acabaría con la corrupción enquistada en Washington D.C. La expresión la mencionó 79 veces en su cuenta de Twitter en las tres semanas antes de las votaciones y otras 75 en los años en los que gobernó y, para “demostrar” que no se lucraría de los impuestos, dijo que no recibiría sueldo como presidente. El pantano, sin embargo, no se drenó. Por el contrario, se infestó de alimañas que se dedicaron a alimentar su ego, alcahuetear sus intereses financieros y ocultar su incapacidad como gobernante. Al final de su mandato, Trump tenía 3 mil 700 investigaciones por conflictos de interés y medios como Republican Report señalan que, si bien no aceptó los 400 mil dólares de salario, sí se embolsilló más de 12 millones de dólares a través de contratos que obligaban a las agencias federales gastar al menos 2,5 millones de dólares anuales en alojamientos en sus hoteles y resorts.
No contento con ello, tras perder las elecciones en 2020 impulsó a sus seguidores a una toma violenta al Congreso en enero del 2021. Al menos cinco personas murieron y, en vez de desplegar a las fuerzas antimotines para calmar la tensión, estas fueron guardadas por Trump. Solo las usó para aplacar - con garrote y balas - a quienes exigían sus derechos civiles y estaban en contra del creciente racismo del último cuatrienio.
Es, para muchos medios - desde el Washington Post a The Economist, pasando por Vanity Fair y The New Yorker - el presidente “más corrupto” que ha pasado por la Casa Blanca.
Mañana los colombianos debemos elegir entre Gustavo Petro, hombre de izquierda, preparado y curtido en la política como senador y alcalde de Bogotá. Sí, es terco y sobrado, pero al menos conoce el país y lee de corrido. Tiene pasado en militancia guerrillera, lo que en este momento es ventaja porque Colombia debe aplicar los Acuerdos de Paz y acoger a los desmovilizados en vez de exterminarlos, como algunas facciones del gobierno quieren. Y la otra opción es Rodolfo Hernández: millonario. Misógino. Racista. Clasista. Con un hijo involucrado en empresas cuestionadas. Impulsivo. Autoritario. Desconocedor de las leyes y de cómo funciona el país. Ignorante. Apoyado por la derecha. Interesado en mover sus negocios y en tener pobres que lo mantengan. Embustero. Colorado, de pelo artificial y se siente a gusto en el calor de Florida, donde le gusta estar rodeado de mujeres jóvenes grabando videos de Tik Tok. Porque es allí - en esas redes sociales llenas de filtros, ediciones, efectos de cámara y fantasías - donde mejor se destaca y no en la realidad del país.
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