Terrible gestión: La sola intención de pedir que el Ejército patrulle las ciudades es un despropósito. Es una provocación a los que protestan y prueba de que aquí se prefiere la represión armada que el diálogo. Peor aún pedir la conmoción interior - como lo solicita el Centro Democrático - para darle más poder a un incompetente como el presidente Iván Duque.
Descuadernado: Las protestas desnudaron - si es que es posible quedar más descubierto - la ausencia de autoridad en el país. El presidente Duque es un pusilánime desconectado con la realidad colombiana; los alcaldes y gobernadores se ven incompetentes y manipulables; el Congreso es inexistente; el Defensor del Pueblo se va de vacaciones; la Corte se regaló al Ejecutivo; la Fiscalía está más interesada en perseguir camiones que en investigar los asesinatos y desapariciones de personas durante las protestas y la Policía está desbordada con el abuso de autoridad.
La ausencia de líderes es evidente; la Casa de Nariño es acéfala y no hay nadie en la oposición liderando y llevando las banderas del pueblo. Hay tiburones políticos, como Gustavo Petro o Sergio Fajardo, que quieren capitalizar del clamor de la gente, pero el primero es polarizante (y es lo que menos necesitamos en este momento) y el segundo es otro desconectado medroso; un doctor en matemáticas que no sabe calcular.
Las marchas han sido infiltradas, pero todavía no es claro por quién. Por ello no se puede confiar en la palabra de políticos como Andrés Pastrana o el ministro de Defensa Diego Molano que aseguran que los revoltosos son integrantes de las disidencias farianas o elenas o el gobierno venezolano.
Paramilitarismo vivo: En videos quedaron registrados “ciudadanos de bien” que andan armados y aprovechan momentos como los actuales para hacer justicia por su propia mano, como lo ocurrido el miércoles en el viaducto de Pereira, donde balearon a tres manifestantes desde una camioneta. Sucedió el jueves en Cali, donde personajes armados - al parecer policías de paisano - se bajan de un camión y disparan contra la gente en una calle residencial. Pasó en Manizales, donde el martes un tipo activó su arma de fuego en el sector de El Cable.
Es el alcalde de Pereira, Carlos Maya, pidiéndole a los “gremios” y “miembros de la seguridad privada” armar un “frente común” que luche contra quienes protestan. Es el futbolista Faustino Asprilla amenazando con sacar una ametralladora para despejar a los manifestantes de una carretera en Tuluá. Son células durmientes de autodefensas urbanas que están a la espera de un llamado “superior” para hacer limpieza social.
Neonazis: Se puede afirmar que el expresidente Álvaro Uribe Vélez es un fascista promotor de la ideología nazi. Su trino pidiendo la militarización de las ciudades, seguido del críptico “revolución molecular disipada” lo dejaron en evidencia. También el que fuera el promotor de que el chileno Alexis López Tapia, un autodeclarado neonazi, adoctrinara a los cadetes de la Universidad Militar Nueva Granada el 19 de febrero de 2021.
Triste ver que hay quienes siguen y replican su mensaje de odio. De que “todo contradictor del modelo político imperante (sociedad civil indignada, colectivos sociales, defensores de derechos humanos, políticos de oposición, etc.)” hace parte de células revolucionarias, como señala un artículo de la revista Semana (https://bit.ly/3xQf5Jz). Mucho joven creyendo esto y difundiendo el mensaje a través de las redes sociales. Ya lo dice esa frase apócrifa adjudicada a los alemanes: “Si en una mesa hay un nazi y diez personas que le respetan, en esa mesa hay once nazis”.
Uribismo a la baja: A lo anterior se suma la decadente imagen que está dando el líder del Centro Democrático. Solo le sirven las entrevistas acomodadas de medios locales que divulgan su discurso, pero cuando se enfrenta a entrevistadores como Fernando del Rincón, de CNN, se enfurece. O es saboteado en conferencias virtuales por quienes no comulgan con sus puntos de vista y los K-poppers trolean sus comunicados en redes sociales.
Esperanza: En medio de la cacofonía de voces y arengas surgen personajes con puntos de vista que vale la pena escuchar. El analista Ariel Ávila, por ejemplo, publicó el jueves cuatro cosas mínimas que debería hacer el gobierno para desactivar este polvorín (https://bit.ly/3uqubnb).
La movilización social es un despertar. Las protestas no son en contra de las reformas tributarias, de salud o pensiones; son por el sistema corrupto en el que está montado el Estado. Una estructura que lleva décadas robando el erario y desangrando al pueblo para mantenerse. Ojalá la unidad se sostenga y el clamor, escuchado. Nadie - ni una interferencia internacional o una mediación de la ONU - nos puede sacar de este mierdero. Nosotros tenemos que salvarnos de nosotros mismos.
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