La primera Cátedra Orlando Sierra Hernández de este año, organizada por el programa de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de Manizales, se dedicó a quién da nombre a esta actividad: al periodista y entonces subdirector del periódico La Patria Orlando Sierra Hernández, asesinado hace 20 años por sicarios enviados por el político liberal Francisco Ferney Tapasco González.
El caso es emblemático porque es el único homicidio de un periodista en Colombia en el que, a pesar de que le tomó 13 años, la justicia capturó y condenó a todos los actores intelectuales y materiales del hecho. Cada año, por esta fecha, se recuerda entonces a Orlando, su espacio Punto de encuentro, su profética columna Cogito, ergo ¡pum! y la frase “¿Dios mío, por qué no me hiciste un poco más cobarde y resignado?”. Y cada año, como a los personajes que van a canonizar, le aparecen más “milagros”: un texto inédito, un nuevo amigo, una nueva anécdota.
El pasado miércoles, varios estudiantes y algunos profesores y periodistas asistimos a la cátedra para escuchar a Marcela Restrepo, discípula de Sierra Hernández, y al editor de noticias de LA PATRIA Fernando Alonso Ramírez, quien asumió “temporalmente” el puesto de su mentor luego de su muerte y desde eso han pasado dos décadas. Los escuché hablar de Orlando y me fue inevitable pensar en la historia de los mártires - de Jesucristo al Imam Husein, de Policarpo de Esmirna al rabino Ismael ben Elisha ha-Kohen - y cómo después de sus muertes sus nombres son usados para evangelizar.
Fernando agitó una carpeta con lo que será un libro inédito sobre Sierra Hernández y narró el martirio del finado: desde la concepción de sus ideas hasta el cuerpo agónico sobre un andén al frente de la vieja sede del periódico… nada diferente a lo que hace un pastor ante su congregación. Marcela, por su parte, citaba a su maestro como quien recita los mandamientos. Conmovedor, indudablemente, sobre todo para quienes conocimos a Orlando y estimamos y admiramos a los panelistas; somos los fieles, los que interactuamos con el personaje, quienes podemos dar fe de lo que dicen. Y para los futuros periodistas es una leyenda que crece año a año.
Su nombre, junto al de Guillermo Cano Isaza (otro mártir del periodismo colombiano), retumba por las salas de redacción y por las escuelas de periodismo regional. Hay reconocimientos, espacios y cátedras con su nombre. Al escuchar cómo hablan de él parece que va camino a la beatificación, aunque Orlando hubiese cambiado la santidad por la de mito de montañeros, como el mohán.
Su martirio, empero, es importante no olvidarlo porque a quienes nos dedicamos al periodismo siempre es bueno tener esos símbolos. En su caso, haber sido asesinado por denunciar la corrupción en Caldas evidenció que la orden del gamonal liberal de mandarlo a callar tuvo el efecto contrario. Sus ideas y convicciones, a través de sus evangelizadores, son ejemplos a seguir. Los criminales que lo mataron murieron en su ley de bandidos o están tras las rejas y su nombre es asociado con lo podrido; todo lo que se asocia a ellos trae una marca inmoral.
Por otro lado, también extendió una sombra larga por quienes lo sucedieron; Fernando Ramírez debió sentir que tenía unos zapatos bien grandes que calzar cuando asumió el cargo. Sin embargo, al menos tres generaciones de periodistas hemos aprendido de él y por ello fue merecedor en el 2017 del reconocimiento Clemente Manuel Zabala a Editor ejemplar, que entrega la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano - FNPI. Brilla con luz propia a pesar de que él se niegue a verlo y la admiración que recibe de colegas de todo el país es impresionante. ¡Chapó!
La muerte de Orlando Sierra Hernández dejó una cicatriz profunda en LA PATRIA; su presencia es constante en las páginas de este periódico y en los pasillos de la actual sede. A veces sus anécdotas, como las de los santos y mártires, se pueden tornar fantásticas. No sé si en cuarenta o cien años dirán que caminaba sobre el agua, pero si lo dicen - y en honor al periodismo -¡verifíquenlo!
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