Alejandro Samper


De todo ese cine bélico de los 80 hay una cinta que me cuesta trabajo ver: Casualties of war, que en español se tradujo como Pecados de guerra (1989). Se me hace difícil de revisar porque gira en torno a la decisión de cinco soldados de secuestrar, violar y asesinar a una joven vietnamita.
Suena terrible, pero el hecho en el que se basó la película fue mucho peor. El 19 de noviembre de 1966, cinco soldados gringos llegaron al caserío de Cat Tuong (Vietnam) y secuestraron a Phan Thi Mao, de 21 años. Su intención era abusar sexualmente de ella durante cinco días “para elevar la moral de la tropa”. A la joven además la torturaron, apuñalaron tres veces y, finalmente, le dispararon en la cabeza con un fusil M16.
Lo ocurrido en la vereda Santa Cecilia de Pueblo Rico, Risaralda, me produjo el mismo dolor de estómago que me causa el ver la película mencionada. Siete soldados del batallón San Mateo de Pereira aceptaron ante un juez que abusaron sexualmente de una niña de 13 años de la comunidad indígena Embera Chamí.
Releo lo que acabo de escribir y siento terror, porque esta niña es un adoquín más en ese largo recorrido de abusos por parte del Ejército. Al transitar este camino uno se topa con el video que se conoció esta semana del soldado de la Brigada 23 que mata un cachorro al tirarlo desde una parte alta por simple diversión. Con el subteniente Raúl Muñoz que violó y asesinó a tres niños en Tame (Arauca), y más allá está el uniformado que en 2017 abusó sexualmente de una bebé de escasos meses de nacida en el Meta. Y por allá está el caso que lleva la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre unos soldados que asesinaron a los miembros de una familia indígena Pushaina, además de ultrajar a dos de sus mujeres. Los falsos positivos.
Un camino lleno de excusas donde los generales insisten en que esa clase de comportamientos no se toleran en las Fuerzas Armadas. Que son unas cuantas manzanas podridas. Pero, como argumenta el comediante Chris Rock, “hay oficios que no deberían aceptar manzanas podridas. Una aerolínea no dice ‘la mayoría de nuestros pilotos son buenos aterrizando, pero tenemos unas cuantas manzanas podridas a las que les gusta estrellarse contra las montañas’”.
El problema no está en unas cuantas personas, sino en la formación que se les está dando. El maltrato y el abuso en la formación de soldados es “normal” en la milicia. Endurecerlos emocionalmente y suprimir la empatía facilitan la tarea de matar, que es para lo que nuestros uniformados se han preparado por años. Patrullar, vigilar y disparar.
Prueba de ello es el Centro Regional de Estudios Estratégicos en Seguridad (Crees) que opera en nuestro país, y que es heredero del Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad (USARSA por sus siglas en inglés), más conocido como Escuela de las Américas. Un sitio de adoctrinamiento militar en cosas como contrainsurgencia, represión de todo lo que sea izquierda, deshumanización del enemigo, técnicas de tortura y ejecución sumaria. Este último es darle trámite rápido y en terreno a un procedimiento, transformando al soldado en fiscal, juez y ejecutor. O sea, ejecuciones extrajudiciales.
“En mis tres años de servicio en la Escuela nunca escuché nada acerca de objetivos tan excelsos como los de promover la libertad, la democracia y Derechos Humanos”, señaló el comandante estadounidense Joseph Blair sobre la USARSA.
La cuestión es que mientras se siga enseñando y adoctrinando con abusos, los militares reflejarán eso en la comunidad. Si hay figuras de autoridad que justifican actos barbáricos (en el caso de Vietnam), los superiores de los soldados criminales dijeron que lo ocurrido con la joven era una “baja” de la guerra; en el caso de la niña indígena, la senadora María Fernanda Cabal se aceleró a decir que lo de los soldados podía ser un “falso positivo”; y con los falsos positivos, el entonces presidente Álvaro Uribe dijo que “De seguro, esos muchachos (de Soacha) no estaban recogiendo café”.
En Colombia no es que tengamos algunas manzanas podridas, es que estamos en permanente cosecha de ellas. Y tenemos unos poderosos mercachifles que nos las embuten.
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