En uno de esos actos folclóricos de nuestra historia, a partir del Decreto 820 del 18 de mayo de 1902, Colombia se consagró al Sagrado Corazón de Jesús, pero más que una bendición fue una maldición. Dice la oración a esta imagen sangrante y en llamas “paciencia para sufrir, fuerza para trabajar, valor para resistir las penas que han de venir y me han de mortificar”. Y así nos va.
Mediante decreto, el presidente Iván Duque aumentó el salario de los congresistas en un 5,1%, lo que equivale a $1.676.000. El próximo año los 280 legisladores tendrán un sueldo mensual de $34.417.000 (más el retroactivo desde enero de 2020 que es una adición de $20 millones) para que trabajen 120 días al año, que es más o menos lo que duran los dos periodos legislativos. O para que no trabajen, pues hay representantes cuyo ausentismo o llegadas tarde a las sesiones alcanza el 85% (https://bit.ly/3aTGp0x).
O tengan la suerte de este año que, debido a la pandemia, se reunían desde sus casas vía internet, no hacían un culo pero cobraban. Son los haraganes mejor pagos del país, al punto que ya les empieza a dar un poco de vergüenza su descaro. Algunos anunciaron que no cobrarán todo el salario y que donarán parte de sus ingresos a obras sociales… esas que apadrine su partido y de las que puedan sacar tajada al momento de declarar impuestos.
Mientras tanto, y también por decreto, el presidente Duque aumentó el salario mínimo de los trabajadores colombianos en 3,5%, lo que equivale a $30.723, por lo que queda en $908.526. Menos del millón de pesos que mentirosamente anuncia el mandatario al sumarle el subsidio de transporte. Una mierdita que no alcanza para vivir con dignidad, a pesar de que el ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, asegure que tenemos un salario “ridículamente” alto.
Además, ese anuncio de que el asalariado colombiano es “millonario”, despertará la voracidad de la Dian que, seguramente, apretará en impuestos.
Pero nada de esto es nuevo. Año tras año es la misma historia y los ciudadanos seguimos con “paciencia para sufrir, fuerza para trabajar, valor para resistir las penas que han de venir y me han de mortificar”. Nos quejamos pero no actuamos. ¿Acaso la gracia de Dios, de ese Sagrado Corazón, solo cobija a los políticos partidistas que se consagraron a él? A los demás, una patada en el trasero y aguante, convencidos por el cuento de un más allá donde se premian los sacrificios. ¿Y si no lo es? ¿Si la desigualdad es igual o peor? Basta con señalar que se habla de las “puertas del cielo” y que tienen a San Pedro de guardián. Así será la inseguridad celestial.
O que es una historia inventada para atrapar incautos. Una farsa, que es lo más factible. Comió mierda en esta vida para nada. La desigualdad crece y no nos manifestamos. Siempre hay una excusa para no hacerlo: que el Covid-19, que es Navidad y fin de año, que los trancones…
A veces sueño con una manifestación de cientos de miles de personas que marchen a las instalaciones del Congreso, pasen por encima de esquemas de seguridad y lagartos, y que la misma presión del tumulto en el recinto los obligue a bajarse el sueldo y congelarlo. Luego, que alcen a los parlamentarios y los tiren a contenedores de basura, que es donde merecen estar. Todos, los bien intencionados también, por ineptos. Nada de plebiscitos ni campañas.
Luego, esa misma masa de ciudadanos debería desplazarse a otras instituciones: ministerios, alcaldías, Palacio de Nariño… Que es probable que esa horda se tope con otra de opositores y lamesuelas partidistas, pues que se choquen como olas que se encuentran en el mar. Que mandarán a Ejército y Policía a dispersar la protesta, pues pongamos a las madres y familiares de los uniformados en la primera línea.
“Colombia se acerca a un futuro oscuro si no se mira en el espejo y no toma medidas para intentar cambiar el chip”, dijo el periodista John Lee Anderson en una reciente entrevista para el diario El País de España (https://bit.ly/381eKJc). Tal vez lo que necesitamos es una depuración salvaje y brutal. Una que evidencie que esto es una dictadura disfrazada de democracia. A lo mejor el Sagrado Corazón necesita sacrificios humanos para sacarnos de encima esta maldición de decretos y políticos ineptos que engordan sus cuentas con el hambre de millones de colombianos.
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