Alejandro Samper


El mensaje de la Organización Mundial de la Salud fue “distanciamiento físico” como método para prevenir el contagio de la covid-19. La mayoría de gobiernos - locales y nacionales - nos ordenaron encerrarnos en casa; aislarnos de todos y usar herramientas digitales para tener contacto virtual con nuestros allegados. Nos pusieron a desconfiar de nuestros vecinos y familiares; a mantenerlos a distancia, no saludarlos dándoles la mano o un abrazo. Desinfectar cuanta superficie hayan tocado o pisado y denunciarlos ante las autoridades si salían a deshoras a pasear el perro o trotar de manera solitaria por el barrio.
La Policía confiscó negocios de vendedores informales, a algunos los apalearon, y a una madre la multaron por agarrar la mano de su hija menor de edad. Amenazan de muerte a los médicos que atienden pacientes con coronavirus por considerarlos focos de infección y muerte. Los alcaldes imponen de manera arbitraria toques de queda y ley seca. Se cierran los cielos y las fronteras terrestres. Los niños pueden salir un rato al parque pero no usar los juegos o interactuar con otros niños. Los viejos deben quedarse solos y encerrados. Toca lavar y desinfectar hasta la cáscara de un aguacate así no se la vaya a comer. Nos obligamos a descargar aplicaciones para poder aprender, enseñar e, incluso, comer. Nos discriminamos por número de cédula y por género.
Para cuando esto salga publicado, ya habrá unas 500 mil personas muertas en el mundo a causa de la covid-19 y más de 8 millones 500 mil contagiados, en seis meses. Para hacernos una idea: el primer año de la Segunda Guerra Mundial, según datos extraídos de las batallas e informes de los países que participaron, dejó alrededor de 600 mil muertos.
De febrero a junio nos vendieron la idea de “reinventarnos” como personas, como sociedad, como consumidores. Y, sin embargo, el sistema no se pudo reinventar. Bastó con que anunciaran rebajas - reales o no - en televisores y demás electrodomésticos, para que todo se fuera al carajo.
No sirvieron los meses de advertencias, las cifras, las recomendaciones. A la hora de comprar un equipo de sonido no hay distancia social que se respete. Cosa que alegra a los economistas, porque el movimiento de dinero está por encima de la salud de las personas. Los bancos por encima de la vida. El 1% de la población - esa que acumula el 82% de la riqueza mundial, según Oxfam - es más importante que el 99% de gente restante.
Y es precisamente ese 99% el que salió ayer, en masa, a comprar cosas que porque había exención del 19% de IVA. Pasamos del discurso del terror y el temor al prójimo, al consumismo desbordado. Y había que salir para rescatar la economía, mover el dinero de los bancos, llenar las arcas de los ricos atenidos que no pagan impuestos. Entes que a lo largo de la historia han demostrado un desinterés total en las personas.
Las imágenes de esas hordas de ciudadanos entrando a los centros comerciales y almacenes de cadena me recordaron a la película El amanecer de los muertos (1978), de George A. Romero. Miles de seres no pensantes agolpándose en las puertas de estas grandes superficies y unos pocos tratando de resguardarse del virus que los convierte en zombis.
Esta semana Fenalco hará anuncios sobre el balance de este primer día sin IVA. El ministro de Hacienda hará lo suyo, que es abogar por más flujo de caja. Los dueños de almacenes dirán que fue bueno, mas no suficiente. Entonces se buscarán alternativas para hacer más dinámica la economía, algunas contrarias a las medidas pregonadas por las autoridades de salud.
El 8 de mayo se celebró el Día de la madre y en muchas partes levantaron las restricciones para que la gente pudiera celebrar y comprar regalos para mamá. A partir de esa fecha los casos de contagios y fallecidos por el coronavirus se disparó. La famosa curva no se volvió a aplanar y, por lo sucedido ayer, es muy factible que tienda a incrementarse. Los resultados los veremos en unos 15 días.
A los economistas y defensores de este sistema hay que recordarles que los muertos no compran.
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