En la Escuela de Policía ‘Simón Bolívar’, de Tuluá (Valle del Cauca), hicieron una actividad cultural - con el fin de fortalecer “el conocimiento de nuestros estudiantes” - y tuvieron como país invitado a Alemania. La cuarta economía más poderosa del mundo, con 111 ganadores de premios Nobel, cuna de grandes pensadores como Kant, Schopenhauer y Habermas; cuya selección de fútbol ha ganado cuatro mundiales, que tiene a compositores como Beethoven o Stockhausen y autores como Hannah Arendt o Günter Grass; que tiene festivales como el Oktoberfest y líderes como Angela Merkel… Nada de eso les sirvió.
A los cadetes se les ocurrió que la mejor manera de homenajear a ese país era disfrazarse de Adolf Hitler (con su perro Blondi y todo) y de su guardia personal: la Schutzstaffel - SS. Hicieron exposiciones, figuras en poliestireno expandido decoradas con esvásticas y cruces de hierro, y como para no perder nuestro sabor tropical ambientaron el salón con música de Rodolfo Aicardi y Los Hispanos.
El coronel que dirigía la Escuela aprobó todo, cortó la cinta con la que se inauguró la actividad y en ningún momento se cuestionó si lo que allí se exhibía estaba mal. Tan normal le pareció que los hechos se registraron y compartieron en las redes sociales oficiales de la institución.
Esta indelicadeza derivó en sendas cartas de las embajadas de Alemania e Israel rechazando la “apología nazi” de nuestra Policía Nacional, en una crítica del presidente Iván Duque quien consideró “inaceptable” la actividad, y en la destitución del director de la escuela Simón Bolívar.
La frivolidad con la que los cadetes abordaron el tema es tan solo un reflejo de la carencia de memoria histórica en la que vivimos. Es la misma actitud que toman los turistas que van al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau y posan alegres en sus instalaciones donde se calcula asesinaron de manera sistemática a poco más de un millón de personas. La misma del cantante Kanye West al asegurar que la esclavitud en los EE.UU. fue “opcional”. La que lleva a unos restaurantes en París y Barcelona a llamarse Escobar, en clara apología al narcotraficante colombiano. Igual a la de los canales privados nacionales que consideran que el ‘blackface’ sigue siendo gracioso. O la del ministro de Defensa, Diego Molano, al declarar que Irán y Hizbolá son enemigos de Colombia. Y también está la del presidente Duque, que hace un show mediático frente al Muro de los lamentos o ante los restos de Mao Tse Tung.
Esta ignorancia es tierra fértil para que se siembren la intolerancia y los discursos de odio. Para que inviten a ideólogos del nazismo, como el chileno Alexis López, para que adoctrinen a los militares en la “revolución molecular disipada”. Para que candidatas presidenciales, como María Fernanda Cabal, aboguen porque los civiles porten y usen armas de fuego, y consideren al Ejército como una “fuerza letal de combate que entra a matar”.
Si la Policía Nacional quería hacer pedagogía en sus cadetes y tener a Alemania como invitado, debieron discutir la posición de Nils Melzer, relator especial sobre tortura y otros castigos crueles de la ONU, quien en agosto de este año criticó a la Policía alemana por su uso excesivo de la fuerza. El analista señala que esta institución apela a la brutalidad policial y a la violación de derechos humanos para reprimir a manifestantes que simplemente cayeron en “meras infracciones administrativas o desobediencia civil”.
Hay una clara ausencia de reflexión, de contexto histórico y de carga simbólica en la Policía y el Ejército Nacional. Pero nada de esto debería sorprendernos. Durante 33 años la cátedra de Historia fue optativa en el plan de estudios de la formación básica escolar colombiana. En 1994 la retiraron del todo y solo hasta el 2017, con la Ley 1874, se restableció la enseñanza obligatoria de esta disciplina. Esos cadetes saben del nazismo lo que Hollywood y los canales por cable les han contado. O sea, lo mismo que yo sé de ser uniformado por las películas de Locademia de Policía.
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