Alejandro Samper


No hace mucho, un grupo de políticos sacudió a su nación con un referendo que muchos daban por perdidas. Durante la campaña echaron mano de propaganda engañosa. Asustaron a los viejos con sus pensiones y alborotaron la xenofobia. Le echaron la culpa a los vecinos de todos sus males y señalaron a la oposición de beneficiar a los terroristas. Y, cuando ganaron, los líderes de este movimiento no supieron qué hacer.
Si bien puede parecer a lo que ocurrió con el Centro Democrático y el plebiscito por la paz, lo anterior sucedió en el Reino Unido con el brexit. Boris Johnson, Nigel Farage, Catherine Blaiklock y otros líderes del Partido Conservador británico se encargaron de incendiar con retórica mentirosa los ánimos de los electores - “que la gente saliera a votar berraca” dijo Juan Carlos Vélez, gerente de la campaña por el No en el plebiscito colombiano -, pero una vez triunfaron en las urnas dimensionaron el chicharrón en el que se metían. Al punto que Johnson, cabeza del movimiento, se echó para atrás al momento de tomar las riendas de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE) y le cedió el cargo de primera ministra a Theresa May.
Hoy, Theresa May ve cómo las alternativas que su grupo propone para la salida de la UE son rechazadas por el Parlamento, cómo su partido político se erosiona y cómo los británicos se arrepienten de haber votado - engañados - a favor de salir de la UE y piden un nuevo referendo. Y desde Bruselas le ponen fechas límite para que se vayan. Que tomen su indemnización de unos $50 mil millones de euros y hagan su rancho aparte, dinero que se iría rapidito mientras logran controlar la desaceleración económica en la que están y que, según algunos expertos consultados por la BBC, puede ser la más grave de los países desarrollados.
La crisis del brexit y su impacto frenó los impulsos independentistas de los bávaros, los lombardos y los catalanes. Estos últimos, por ejemplo, estaban alborotados hace dos años y pidiendo separarse de España, pero hoy saben que romper con España es hacerlo con la UE.
De hacerlo, los catalanes deberán iniciar el proceso para ser incluidos en el Espacio Económico Europeo. Dejarían de recibir cerca de mil 521 millones de euros en ayudas. Aumentaría la fuga de empresas y capital fuera de Cataluña (917 ya retiraron su sede social de este territorio) y su PIB podría contraerse en un 20%, de acuerdo con el documento de Asuntos Exteriores emitido por el banco Credit Suisse.
Pero ni el brexit, ni el caso de Cataluña parecen ejemplos suficientes para aquellos que insisten en polarizar a una nación. Todavía hay quienes piensan que es mejor retroceder que avanzar o que la paz y la unión es un mal negocio. Que aplauden a esos caudillos que prometen llevarlos por el sendero de la prosperidad arrasando con lo construido.
Esos políticos separatistas y enfermos de poder - como Nigel Farage o Carles Puigdemont - son nocivos. Tóxicos para el desarrollo de sus países y xenófobos en sus declaraciones. Mal que se extiende, gracias al populismo, por otras regiones del globo. Lo vimos en 2017 cuando el diputado antioqueño Norman Correa Betancur propuso que Antioquia se independizara de Colombia… otra vez. Sí, porque entre 1813 y 1816 este departamento fue la República libre e independiente de Antioquia. Un Estado en cuya cabeza estaba un presidente - dictador que confiscó bienes y promovió la formación y entrenamiento de milicias.
Sí, puede parecer un breve perfil del expresidente Álvaro Uribe, pero era Juan del Corral. Un tipo que sacó provecho de la entonces Patria Boba, etapa que derivó en lo que después se conoció como el Régimen del terror.
Eso fue hace 200 años. Lo del brexit hace tres. Y todavía no aprendemos la lección.
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