Alejandro Samper


La revista Forbes indica que la celebridad Kim Kardashian alcanzó, en el 2018, un patrimonio aproximada de 350 millones de dólares. Y esta es la hora en que muchos nos preguntamos ¿qué carajos hizo esta mujer para tener semejante fortuna?
Recapitulemos. Antes del 2007 el nombre Kardashian no figuraba en el léxico global. Es más, ni sabíamos pronunciar el apellido. Hasta ese momento Kim solo era la amiga secundaria de otra celebridad rara: Paris Hilton. De hecho, más que amiga, era la asistente personal de la rubia con pose de tonta.
Luego vinieron una cascada de acontecimientos - desde un video íntimo filtrado, al cambio de sexo de su padrastro - que transformaron a la anónima Kim en realeza de la farándula. Ella y sus hermanas supieron capitalizar esto y sus vidas llevan años expuestas gracias a un reality. Ahora, cada vez que una Kardashian se toma una selfie, y la comparte en redes sociales, multiplica su cuenta bancaria por millones.
Ese estilo de vida - de lujos, marcas y filtros fotográficos - es imitado por cientos de miles de personas en el mundo, que ven en las redes sociales el medio para mostrar su glamour… o al menos aparentarlo. Quieren ser influencers. Ese es el pecado de la nueva celebridad nacional, Jenny Ambuila Chará. Su papá, el exfuncionario de la DIAN Ómar Ambuila, es señalado de enriquecerse de manera ilegal al recibir sobornos de contrabandistas que movían mercancía por el puerto de Buenaventura, pero el chivo expiatorio es su hija.
La joven compartía fotos y videos en las redes sociales en su Lamborghini, comprando prendas Chanel y luciendo lujosos relojes en fiestas exclusivas. Excentricidades con dinero mal habido que ella, como la Kardashian, quiso capitalizar. Incluso detenida, Jenny no para de hacer publicidad y en vez de aceptar la comida de la Fiscalía pide que le traigan platos de reconocidos restaurantes.
Y mientras estamos distraídos con Jenny, lo que come, su casa por cárcel, sus autos deportivos a los que no les pagaban los impuestos y demás situaciones más dignas de la sección de farándula que de las judiciales, no nos fijamos en su papá. Ese jefe del Grupo Interno de Trabajo de Control de Carga de la DIAN que, con un salario de $6 millones mensuales, tenía propiedades en dos países y le daba la vida Kardashian a su hija.
Por qué no revelan ese entramado en el que andaba. Sus socios y cómplices. Qué tanta plata movía. Qué tan arriba en la cadena de la DIAN subía esa mafia… pero Ómar Ambuila solo es otro corrupto más en un país de corruptos. Ahí no hay historia.
Jenny, la chica plástica de moda, es la consecuencia de esa corrupción impune. Tal vez ella no haya robado un peso, pero sus excesos son insultantes en el segundo país con más desigualdad de este hemisferio, según el Banco Mundial. Y da más roncha saber que ocurrió en Buenaventura, que tiene al 66% de su población en la pobreza, de acuerdo a datos del DANE.
Ella es producto de esa Colombia arribista que debe mostrar lo que tiene para ser reconocido. No es su culpa. Incluso su nombre evidencia esa inseguridad tan nuestra: no es el afro Petronia de su región pacífico o un castizo Mabel, sino el anglosajón Jenny porque lo de allá - Estados Unidos o Inglaterra - suena más bonito. Igual mal padece el abogado Abelardo de la Espriella, quien también muestra sus extravagancias que rayan en el mal gusto y que además se cree cantante lírico porque lo hace en italiano.
En este caso nos empeñamos en buscar el muerto río arriba. Nos deslumbramos con Jenny y sus excesos, cuando ella es la consecuencia, no el mal. Nos distrajimos como cuando Kim Kardashian muestra su cola; una enorme nalgamenta de la que solo puede salir una cosa: mierda.
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