Antes de la llegada de los colonizadores españoles a esa región, por allá en 1527, los cartamas y los quimbayas ya explotaban oro de las montañas de Marmato (Caldas). Además de los ibéricos, a las minas marmateñas llegaron los antioqueños y los caucanos, los alemanes y los candienses, todos en búsqueda de la riqueza aurífera oculta en el cerro El Burro que, según los expertos, alberga unos 14 millones de onzas de oro y plata.
Si la minería fuese tan bondadosa con la región explotada, Marmato sería la población más próspera de Caldas. La historia, sin embargo, nos muestra que los nativos fueron esclavizados, sus territorios expropiados bajo leyes como la de distrito Real de Minas (que hizo de esta zona propiedad del rey Felipe IV) y, de manera reciente, su pueblo trasladado para que no interviniera con los intereses de la multinacional canadiense Gran Colombia Gold (antes Medoro Resources), con todo lo que ello implica en impacto social y cultural.
No solo sucede en Marmato. La empresa Cerrejón se jacta en sus comunicados de prensa sobre su explotación carbonífera responsable en la Guajira, pero constantemente se ve envuelta en escándalos y demandas sobre el impacto ambiental negativo que tiene en el territorio. En 2016, por ejemplo, la Corte Constitucional falló a favor de 40 familias de los caseríos de Patilla y Chancleta que quedaron sin agua por culpa de esta empresa, y la poca que les llegaba estaba contaminada. Y, al igual que los marmateños, se vieron obligados a reubicarse en casas ajenas a sus costumbres. La firma minera les dio algunas viviendas con instalaciones de acueducto y energía eléctrica, pero al parecer estos no estaban conectados a ninguna red.
El polvo del carbón que sale de esta mina a cielo abierto se eleva a la atmósfera y afecta a las comunidades. “La contaminación se percibe en las sábanas que las mujeres cuelgan a secar, en la comida que dejan reposando en la cocina y en la ropa que se ponen. Está en todas partes”, señala la genetista e investigadora Grethel León en un documento sobre el Cerrejón publicado por la Liga contra el silencio (https://bit.ly/2V4oQoE).
La minería, en general, no trae beneficios a sus comunidades. La Defensora del pueblo tiene un documento de 246 páginas llamado La minería sin control (https://bit.ly/3x0toK2) que en sus conclusiones indica: “La actividad minera tiene incidencia significativa en el medio ambiente; destruye y perturba el entorno natural, afecta y reduce la disponibilidad de recursos naturales no renovables, modificando a su vez las funciones ecosistémicas de las zonas donde se lleva a cabo la actividad extractiva, ya sea de manera lenta e imperceptible o de una forma notoriamente transformadora. La minería genera cambios en el ambiente natural y el entorno social, lo que produce efectos adversos sobre el medio ambiente y genera o agudiza conflictos socioambientales”.
Por todo lo anterior no comparto el editorial de LA PATRIA del pasado jueves - Una minería responsable (https://bit.ly/3ByYP1G) - en el que señala que “con un buen manejo los efectos negativos pueden mitigarse y, por el contrario, lograr beneficios que bien administrados pueden generar bienestar a los pobladores de una zona determinada”. La explotación de recursos naturales solo beneficia a las empresas (generalmente extranjeras) y deja daños irreparables en el medio ambiente.
Las Naciones Unidas advierten, año tras año, el modo en que agotamos los recursos naturales de nuestro planeta al punto de plantear alternativas a la explotación de estos. “Entre 2015 y 2060, se espera que el uso de los recursos naturales crezca 110%, lo que conllevará a una reducción de los bosques de más de 10% y una disminución de otros hábitats, como los pastizales, de 20%. Las implicaciones para el cambio climático son graves, ya que habría un aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero de 43%”.
Estoy de acuerdo con que “la minería no es mala por sí misma”, como dice el editorial, pero nada es malo por naturaleza. Ni siquiera la cocaína, que pasó de fármaco a droga prohibida y satanizada por la DEA. Lo malo es que la explotación de recursos naturales es la destrucción que deja a cambio de muy poco. Permitir la minería en Aranzazu, Salamina, Pácora, Riosucio, Supía, Marmato, La Merced, Filadelfia, Samaná y Norcasia es exponerlos a la falta de agua, a la ausencia de fauna y flora, a perder cultivos, a la contaminación, a acabar con sus montañas.
Deja cráteres enormes, como profundos ombligos en la tierra, y estrías áridas en las cordilleras causadas por las máquinas. Imágenes que las empresas mineras venden como grandes logros de la tecnología humana y que publicitan en periódicos y noticieros. Medios que por la crisis actual están interesados en minar esta veta.
Para terminar, un dato: La mina de oro más grande del mundo es la Grasberg, ubicada en la provincia de Papúa (Indonesia). ¿Alguna vez ha escuchado del desarrollo económico o social de esta zona del planeta o los beneficios que la explotación aurífera le ha traído a sus comunidades?
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