Es vergonzoso el nivel de discusión que gira en torno a los elegidos como fórmulas vicepresidenciales en Colombia. Por parte de los candidatos se volvió una competencia por quién elige al más negro, al más victimizado, al más “regional”; por otro lado, los expertos y analistas que invitan a cuanto noticiero hay se quedan estancados en estereotipos, reflejando su clasismo, racismo e ignorancia. Raramente superan en conceptos a Marbelle y quedan retratados como lo que en realidad son - prepotentes y excluyentes -, como lo evidencia @carolannfiru en el portal La Píldora (https://bit.ly/3DwV51Y).
El discurso parece no salir de lo exótico; de la dificultad de entender que alguien afro y venido del Chocó o el Cauca pueda ser ingeniero con doctorado o abogada, como Luis Gilberto Murillo - fórmula vicepresidencia de Sergio Fajardo - o Francia Márquez - fórmula de Gustavo Petro. En el caso de Márquez, ponen en duda su experticia en temas sociales y políticos a pesar de que lleva más de una década trabajando en ellos e internacionalmente es reconocida como guerrera de la justicia social, pero a alguien como Jennifer Arias no la bajan de “doctora”, a pesar de que plagió su tesis de maestría y cuyo recorrido ha sido chuparle rueda al Centro Democrático.
A pesar de la trayectoria que muchos de ellos tienen, al final son personajes de quitar o poner a gusto del partido, pues su influencia no es política sino publicitaria. Me explico: el cargo de vicepresidente sólo es útil para la campaña electoral. Se busca elegir una ficha que le sume votos a quien aspira a la Casa de Nariño, no por sus capacidades y conocimiento sino por el impacto que su imagen tenga en el electorado. Ya no basta con que sea mujer, como muchos creyeron a comienzos de este siglo; ya debe representar a una minoría, a un grupo excluido, a las víctimas, a una etnia, a una fe.
No es por quitarle méritos a la carrera de los actuales nominados, pero al ver el tarjetón uno empieza a notar un patrón blanco - negro. Caucásicos que van por la presidencia que posan sonrientes junto a sus fórmulas afro y pienso en los zoológicos humanos que exhibían a otros seres humanos como rarezas por el mero hecho de pertenecer a una etnia o raza diferente. A Sara Baartman, por ejemplo, la tuvieron como espectáculo de circo por ser negra y tener caderas prominentes, algo común en las mujeres de la tribu africana khoikhoi. “Hasta habla” decían con sorpresa los londinenses que la vieron sobre una plataforma hasta su muerte en 1815, de la misma manera en que algunos hoy escuchan a Francia Márquez o a Luis Gilberto Murillo y dicen “hasta piensan”.
Ojo, puede que Federico Gutiérrez no tenga a un afro como fórmula presidencial, pero sí tiene a un delfín político sacado de su gabinete de curiosidades. El médico Rodrigo Lara Sánchez, hijo de Rodrigo Lara Bonilla, asesinado por el Cartel de Medellín en 1984, es la cuota de víctimas de la violencia en Colombia. Capitaliza el voto del mártir evocando la figura de su padre, a pesar de que a Fico le sube pierna arriba sus nexos con la Oficina de Envigado, otrora surtidor de sicarios de Pablo Escobar. Dirán que Lara Sánchez “hasta piensa”, pero al ver con quién se va a rodear, uno entra en duda.
Es de esperarse que la actual campaña presidencial caiga en la búsqueda de la ficha exótica, de “lo diferente”, y se conviertan en estereotipos ante la pobreza argumentativa que muestran. Los debates y foros a los que van son un fiasco; ausentes de ideas innovadoras. Por ello arrasa Petro, que gana en oratoria populista pero detrás de su discurso hay destellos de tirano (les recomiendo leer este artículo de La Silla Vacía: https://bit.ly/3LD4Xdw), y le sigue en las encuestas ‘Fico’ Gutiérrez, que recoge el miedo que siembra el primero y representa el continuismo del decadente uribismo y las tóxicas hegemonías del poder regional. Y detrás va Fajardo quien también tiene su negro y su lastre con la “donbernabilidad”.
En su agenda parece no entrar el discurso de las comunidades que dicen incorporar al nombrar afros o indígenas a sus movimientos políticos: el de las luchas por los territorios y que les dejen decidir sobre ellos, como nos contó esta semana, durante una conversación, María Isabel Ramos. Ella es lideresa del Consejo comunitario de comunidades negras de Mindalá (Suárez, Cauca) y ha participado en diferentes procesos de organización de espacios de vida de pueblos negros, indígenas y campesinos, atravesados por fuertes conflictos territoriales en torno al desarrollo. Persona brillante que, sin haber plagiado una tesis o comprado un título, tienen mucho más mérito que los honorables del Congreso.
El cargo de vicepresidente es inútil, es un nombramiento hecho por el jefe de publicidad del partido. Lo vemos en la actual vicepresidenta Marta Lucía Ramírez que, de no asumir el cargo de Canciller, se la pasaría cayéndose de una silla en foros académicos. Por ello, asesores de imagen, tomen nota: el próximo candidato a la vicepresidencia debe ser de ascendencia afro pero nacido en una comunidad indígena y, en lo posible, delfín de una relación ilegítima pero no oculta. Debe tener doctorado, pero su familia tardará once generaciones en salir de la pobreza. Ojalá sea albino, preferiblemente de talla baja con alguna discapacidad física evidente; que se reconozca como no binario, interespecie de género fluido, alopécico, tatuado, vegano, secular, pero tiene foto con el papa y un chamán, usa lenguaje incluyente, da abrazos ancestrales y besos de tres. Que tenga un pasado en Only Fans del que no se avergüenza porque era su etapa de “potra”, “bendecida” y “empoderada de mi cuerpo”. Hace maromas con un balón de fútbol y monta en bicicleta. Fuma marihuana, pero no inhala, es provida pero de los animales. Es activo en redes sociales con bailes en Tik Tok, fotos en Instagram en festivales de música y videos tocando en la guitarra o el acordeón la canción de frailejón Ernesto Pérez. Meta todo eso en una licuadora o ármelo como un Frankenstein, pero ahí hay una “fórmula” vicepresidencial.
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