La película Encanto (2021) es un despliegue de color, formas y figuras con las que los colombianos nos podemos sentir identificados. A pesar de que a veces parece un “copia y pegue” de material sobrante de Coco (2017) - cinta dedicada a México y su celebración del Día de los muertos - los animadores de Disney trabajaron con esmero en elementos propios de nuestro mestizaje: la arquitectura colonial de nuestro Eje Cafetero (mezcla de España y el uso del bahareque indígena), las alpargatas (de origen mesopotámico, adoptadas por nuestros campesinos y que los wayúu llamaron “wairiinas”), las macetas de azúcar (típicas del Valle del Cauca, producidas con la caña de azúcar que viene del sudeste asiático, traída por los españoles y trabajada por los esclavos traídos del África); el café árabe, el maíz americano…
Y está la familia Madrigal: desplazada por la violencia, asentada en estas montañas de clima templado y progresista, al menos en apariencia, porque una de las tías está casada con Félix, un negro. No es importante para la narrativa de la historia tener un afro, pero es indispensable para el punto de vista políticamente correcto gringo.
Para el caso de Encanto, la gente de Disney se apoyó en Cultural Trust: un equipo integrado por personas de diferentes grupos sociales y profesiones que buscan dar veracidad y credibilidad al trabajo animado. La periodista y líder afro, Edna Liliana Valencia, fue la encargada de velar por la herencia de las comunidades negras en la película y orientar a los productores en cosas que van desde el uso de la marimba de chonta hasta qué tanto se les debe mover el cabello rizado a los personajes.
Está bien esto de tener al tío Félix; a fin de cuentas somos multiculturales… pero hasta ahí no más. El progresismo Disney, y de Hollywood en general, no va más allá de incluir a las comunidades afro, cuya lucha por reivindicar sus derechos y herencia hace eco en todo el mundo. Pero, ¿dónde quedan los demás?
Los productores de Encanto incluyeron la cerámica negra, el sombrero vueltiao, las ruanas, las molas y la infaltable mochila; todas muy colombianas, pero también muy indígenas. La Organización Nacional Indígena establece que en nuestro país hay 106 grupos indígenas… ninguno presente en Encanto. Bueno, ni en la película ni en ningún otro lado.
No es culpa de Disney ni de Cultural Trust; ignorar a estos pueblos es muy nuestro. Cerca de 1,300 indígenas - la mayoría de ellos katíos - van a cumplir tres meses hacinados en el Parque Nacional de Bogotá, al que llegaron huyendo de la violencia causada por grupos al margen de la ley en la zona entre Chocó y Risaralda, y ni la alcaldía ni el Estado les resuelve su situación.
La periodista Mónica Rivera Rueda, de El Espectador, registró que estas personas piden “garantizar el retorno y la reparación, el reasentamiento a través de arriendos transitorios o el traslado a un lugar que pueda albergar al colectivo y garantizar su participación en la implementación de la política pública indígena en la ciudad” (https://bit.ly/3Ihandc). O sea, que sean reconocidos. Pero ni la muerte de un niño indígena parece conmovernos.
Para nosotros - blanquitos en problemas - los indígenas están mejor por allá, lejos de las capitales, en eso que llamamos “sus territorios”. Zonas que, cuando se nos da la gana, invadimos para explotar sus recursos o hacer la guerra. Y cuando vienen a reclamarnos, nos incomodan con sus mingas y sus guardias indígenas. La herencia colonial que llevamos dentro hace que su sola presencia sea incómoda; como si su rebeldía al no someterse y mantener sus costumbres los hiciera anacrónicos.
Parece que solo los reconocemos a través de documentales y sus artesanías. Porque eso es lo que se nos han vuelto: personajes para ir a visitar, como se visita a Mickey Mouse en Disney. Es más, un tipo vestido de ratón parlanchín andando por El Cable es menos raro que un uitoto tomando café en Juan Valdez.
Sí, Encanto nos encanta porque nos reconocemos en la cerámica de La Chamba y los tejidos en caña flecha (como el sombrero de pindo), de los indios pijaos de la zona entre Huila y Tolima; en el sombrero vueltiao de la cultura zenú de Sucre y Córdoba; en las ruanas de la comunidad kämentsá del Putumayo; en las molas kunas de los indígenas del Urabá antioqueño; y en la infaltable mochila wayúu. En todo lo demás son un encarto.
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