Alejandro Samper


Se calcula que ayer en la tarde se reunieron cerca de un millón de ciudadanos en Plaza Italia, un lugar céntrico de Santiago de Chile, para protestar contra el gobierno y sus políticas económicas. No contra el presidente Sebastián Piñera, que apenas cumplirá un año en el cargo. Tampoco contra los 30 pesos ($120 COP) del alza en el transporte público, esa solo fue la gota que rebosó la copa.
Un millón. Es más que la población de Caldas. Los chilenos llevan poco más de una semana protestando por los 30 años de medidas económicas neoliberales que, si bien ayudaron al desarrollo del país austral, fueron una burbuja que estalló. Casi todo se privatizó. El agua, la energía eléctrica, el gas, las telecomunicaciones, la educación, las vías, las pensiones… Las asociaciones publico-privadas hicieron su agosto y la riqueza se concentró en un 5% de la población.
Mientras tanto, al resto de ciudadanos le vendieron una falsa sensación de bienestar, facilitándoles créditos e impulsándolos a un consumismo irresponsable. Hoy la sociedad chilena es las más endeudada de América Latina. “El amplio acceso a créditos ha sido, al mismo tiempo, un propulsor de movilidad social y uno de estancamiento: la gente puede acceder a una vida mejor, pero se pasa el resto de la vida pagándola”, reportó la BBC sobre el caso chileno.
Los jubilados reciben una pensión de miseria, los jóvenes asumen deudas imposibles de pagar si quieren acceder a una buena educación, la clase media se empobreció y que un trabajador se pensione actualmente no es más que una ilusión.
El economista barranquillero Thierry Ways señaló esta semana que la crisis chilena se debe, en parte, a “la incapacidad de los Estados modernos para satisfacer las crecientes demandas de la clase media” y sus expectativas, y al “progresivo emocionalismo de la sociedad” (https://bit.ly/2Jqu8lQ). Puede tener razón, pero lo anterior responde a que el neoliberalismo de los Chicago Boys del dictador Augusto Pinochet, que hicieron el “milagro chileno”, no fue capaz de adaptarse a los nuevos ritmos de esta sociedad cambiante y envejecida.
Las Naciones Unidas, en su Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, establecen que se deben adoptar de manera urgente “medidas políticas concretas” para evitar que la economía mundial se vaya al carajo. Acciones que debe ser “dinámicas e inclusivas”, cosa que no se ve en los modelos económicos actuales. Basta con establecer que 26 personas - los “mil millonarios” - acumulan la misma riqueza que el resto de habitantes del planeta, según la Oxfam.
Y Colombia entra en este baile porque, desde los años 90 del siglo pasado, nuestros tecnócratas han copiado el modelo económico chileno. Andamos por la misma senda y con los mismos resultados. No más esta semana anunciaban el interés de que todos los colombianos se pasen a los fondos privados de pensiones, como en Chile. Todo porque las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) representan el 83% del Producto Interno Bruto chileno, motivo por el cual las medidas de Piñera para calmar la tensión en su país no son más que paños de agua tibia.
Para calmar los ánimos del pueblo chileno se requieren reformas sociales y económicas profundas. Es meterse con los intereses de esas élites que concentran la riqueza. Es reconocer que el neoliberalismo fracasó.
Es una tarea que le queda a quienes elijamos este fin de semana a alcaldías, gobernaciones, asambleas y concejos. Antes de que comiencen con el populismo y chorradas de esas, que se fijen en Chile y su crisis. Que lo usen como espejo a ver si no es muy tarde para recomponer el camino.
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