El Tribunal Superior de Bogotá ordenó 63 meses y 15 días de cárcel a Daneidy Barrera, más conocida como ‘Epa Colombia’, por destruir algunas estaciones de Transmilenio, en Bogotá. La condenaron por perturbación del transporte público, daño en bien ajeno e instigación para delinquir con fines terroristas. Una de esas que llaman “penas ejemplarizantes” a una persona que, más que famosa, es popular por usar las redes sociales para hacerse publicidad.
Con su voz chillona y nasal, esta hija de costureros nos ha contado que siendo niña se clavó una aguja en la vagina “y se rompió el clítoris”, lo que la dejó traumatizada y que por eso es lesbiana. Nos ha mostrado su amistad con las prostitutas transexuales del barrio Santa Fe, en Bogotá, e invitó a sus seguidores a que soliciten sus servicios. Sacó un video con una canción autorreferencial llamada Con las maricas de farra. Se bañó, cual gamín, en la fuente de la Plaza del Museo del Louvre y después llegó a Rusia a emborracharse y gritar vulgaridades mientras seguía a la Selección Colombia en la pasada Copa Mundo. Montó un negocio de productos capilares y usó a una menor de edad afrodescendiente para alisarle el pelo y dejárselo “bueno”, no crespo y natural. Se maquilló la cara de negro para hacer “chistes” racistas.
Daneidy se puso tetas, se respingó la nariz y se compró un carro deportivo de $130 millones para mandarlo a pintar rosado. De manera reciente se burló de Alejandra Azcárate quien pasa “por los sótanos del infierno” y por eso que en este gobierno llaman “drama familiar”; o sea, tener hermano, familiar o, en el caso de la comediante, marido, relacionado con el narcotráfico.
También se grabó, en medio de unas protestas, destruyendo a martillazos unas estaciones del sistema de transporte bogotano y escribiendo en una pared “Duque H.P.”, por lo que finalmente la castigaron.
Y todo lo hace así, sin pudor, como lo dicen las señoras. Con el desparpajo de creer que por ser de estratos populares se puede hacer, decir o actuar de esa manera. Es un estereotipo; una caricatura de Katherina Minola, el personaje de La Fierecilla Domada, de Shakespeare.
“¡Amiga! Pasé de ser una guisa a una empresaria exitosa”, dice la Epa, con 3 millones de seguidores en las redes sociales, una empresa de keratinas establecida que da empleo a unas 230 personas y seis peluquerías. No es por los daños a Transmilenio que los jueces sentenciaron a cinco años de cárcel a esta mujer; la castigaron por ordinaria y por la envidia que a muchos les produce su éxito. Porque en el velado sistema de castas colombiano quien progresa y asciende - sin ayuda del narcotráfico - es una “caranga resucitada”. Gente que desentona con las tradicionales oligarquías regionales.
Epa Colombia es el ejemplo de que en este país la justicia no es imparcial. Sí, rompió vidrios y máquinas registradoras de Transmilenio y por ello debe ser sancionada. Pero su infracción palidece, por ejemplo, ante el caso de Germán Trujillo Manrique, un tipo que desvió los fondos de un contrato del Plan de Alimentación Escolar (PAE) en Santander, tasado en más de $35.000 millones, para comprarse un apartamento e irse de paseo. Por este desfalco, que dejó con hambre a los niños de Santander, lo penalizaron con tres años de prisión domiciliaria.
O la falta de dientes que tiene la Fiscalía para procesar a la “gente de bien” que sale armada a dispararle a los indígenas y manifestantes de las protestas sociales y que, al igual que Daneidy, se graban con sus teléfonos celulares para luego divulgarlos en las redes sociales.
La condena a Epa Colombia parece desproporcionada ante otros hechos de corrupción, abuso e, incluso, asesinatos fallados por jueces nacionales. Por ello la indignación de muchos (me incluyo). Está bien que digan que la justicia es ciega y la ilustren con los ojos vendados, pero ¡amiga, date cuenta!
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