Me parecen interesantes los debates alrededor de la «cultura de la cancelación», porque me ponen a dudar. A veces estoy de acuerdo con unas posiciones, luego con otras y en ocasiones pienso que se trata de un concepto equívoco. La vida es compleja, llena de matices, y en las discusiones sobre si se debe bloquear, anular o quitar apoyo público a personas o instituciones con comportamientos o posturas repudiables suelo sentir que hay mucho para sopesar.
Hace dos semanas Mario Vargas Llosa escribió en «El País» de España una encendida defensa de Peter Florence, quien renunció al Hay Festival de Inglaterra “por un problema de «acoso laboral» (vaya usted a saber qué se entiende por esto)”. Según el Nobel, no se puede «cancelar» a Florence porque su gestión ha sido excelente. Discrepo: hoy no es ambiguo el acoso laboral y por más poderoso o importante que sea el personaje, esa notoriedad no lo excusa de respetar la ley y a sus compañeros de trabajo. Si acaso lo compromete aún más.
Ese caso me recordó a los cineastas Ciro Guerra, Kevin Spacey, o Woody Allen, acusados de acoso sexual. ¿Son mis valoraciones sobre las maravillosas películas de Woody Allen las que me inclinan a exonerarlo? ¿o es mi respeto a la presunción de inocencia y el debido proceso? ¿Cómo conjugar esa corazonada favorable hacia Allen con mi convicción moral de creerle a las víctimas? ¿Son los muchos testimonios contra Ciro Guerra los que me llevan a valorar con severidad su caso? Entiendo que los criterios para el juicio estético son distintos y distantes de los del juicio político y ético, pero en algunos casos tambaleo, dudo y me desconcierto.
Caravaggio, el pintor renacentista, tuvo una vida delincuencial. ¿Debemos dejar de ver sus cuadros porque fue un asesino? creo que no, aunque quizás la respuesta no es solo estética: se facilita porque entre su vida y la nuestra median más de cuatro siglos de distancia. Su vida ya pasó, mientras las de Kevin Spacey, Ciro Guerra y Woody Allen están pasando en este momento.
Sospecho que el factor «tiempo» es relevante en esta discusión. Así como tiendo a pensar que las conductas repudiables actuales deben ser reprochadas socialmente (aunque soy incapaz de cancelar a Woody Allen; perdón por las contradicciones), tengo un rasero distinto para condenar desde el presente las cosas del pasado. En octubre Disney anunció que sus películas «Dumbo» (1941), «Peter Pan» (1953) y «El libro de la selva» (1967) contendrán un aviso de alerta por sus connotaciones racistas, y en mayo dos escritoras pidieron que los besos entre príncipes y princesas, como el de Blancanieves, incluyan advertencias sobre posibles conductas sexuales no consentidas. Acá «La cultura de la cancelación» me parece una peligrosa exageración que coquetea con la censura: un neoconservadurismo cercano a la «Policía del Pensamiento» que imaginó George Orwell en «1984». Siguiendo esa línea ¿Cuántos pies de página serían necesarios para leer a Shakespeare o las tragedias griegas? ¿Desde cuándo se le pide al arte ser políticamente correcto?
Todo esto para decir que lo que más me interesa de la «cultura de la cancelación» es el futuro. Así como hoy derriban estatuas de próceres que fueron esclavistas y HBO retira «Lo que el viento se llevó» (1939), por considerarla racista, me pregunto qué códigos usarán los que aún no han nacido para juzgar los hechos de este presente. Qué les extrañará de las conductas que para nosotros son cotidianas y en décadas o siglos serán reprochables.
¿Cuáles? No lo sé pero me aventuro: seremos culpables por matar animales, comer carne, usar carros con gasolina, viajar en aviones contaminantes, penalizar la marihuana, la cocaína, el aborto y la eutanasia; encerrar a la gente en cárceles; tolerar castigos físicos; perpetuar el patriarcado; discriminar a los gays, trans y demás identidades no binarias; tener fronteras que impidan la migración; fabricar ciertas armas; mantener reinados monárquicos y de belleza; visitar zoológicos; talar árboles, incluso para producir papel, y creer en el tarot, extraterrestres y seres sobrenaturales.
Por supuesto no tengo ni remota idea sobre cómo nos valorarán en el futuro. Me declaro culpable de escribir (y cancelar) desde las emociones: a veces me mueve el deseo y otras el miedo.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015