Adriana Villegas Botero


La avalancha de noticias de hoy arrasa la ráfaga informativa de ayer, salvo contadas excepciones. A veces hay historias que desaparecen de los medios pero sobreviven aferradas a la mente tal y como lo hacen esos árboles solitarios que resisten erguidos en medio de una inundación. Eso me pasa desde el viernes 12 de agosto, el día en que Salman Rushdie, escritor de origen indio, recibió 10 puñaladas cuando iba a dictar una conferencia en Chautauqua, un pueblito de 4.000 habitantes ubicado cerca de los Grandes Lagos, al norte de Estados Unidos.
Aunque ya le quitaron el respirador, Rushdie podría perder el ojo derecho y tiene lesiones en el cuello, el estómago y un riñón. En el sitio del ataque capturaron a un muchacho de 24 años que se declaró inocente, pese a las fotos y videos que lo incriminan. Es posible que en realidad él se sienta libre de culpa por estar cumpliendo el mandato político-religioso del Ayatola Ruhollah Jomeini, quien en 1989, siendo el líder supremo de Irán, ofreció recompensa por la muerte de Rushdie por considerar que ridiculizó a Mahoma en la novela «Los versos satánicos». El joven atacante nació nueve años después de que el Ayatola expidiera aquella fatua, y esta semana le dijo desde la cárcel al New York Times que odia a Rushdie y que no ha leído su novela.
¿Qué textos detonan un odio tan grande que llevan a alguien a desear la muerte del autor? ¿cómo se transita desde ese deseo hasta dar la orden de matar? ¿cuánto tiempo transcurre entre la publicación del texto y el surgimiento de ese deseo?
Estas preguntas, válidas para el caso de Salman Rushdie, encajan también para el crimen de Orlando Sierra, cuya muerte ocurrió el 1 de febrero de 2002. Este viernes, en la magnífica Feria del Libro de Manizales, el periodista Fernando-Alonso Ramírez presentó «Cogito, ergo ¡Pum! Un homenaje a Orlando Sierra Hernández», obra en la que reconstruye el legado periodístico de Orlando y el expediente judicial que condenó al liberal Ferney Tapasco por este crimen (un paréntesis para la desmemoria: los escándalos delincuenciales de dirigentes del Partido Liberal en Caldas no son novedad de los últimos meses, sino que hacen parte de una larga tradición).
Jomeini leyó algo que no le gustó, dictó una sentencia de muerte y 33 años después un jovencito ejecutó la orden. Tapasco leyó algo que no le gustó, dictó una sentencia de muerte y días después un sicario de 21 años ejecutó la orden. ¿Qué de todo lo que escribió Orlando Sierra fue lo que exasperó a su asesino? ¿Fueron varios textos, o uno en particular? Rushdie vivió 10 años escondido, en una muerte en vida, hasta que decidió ejercer sus libertades y confiar en que todo estaría bien, como efectivamente estuvo durante más de dos décadas. Orlando Sierra soltó carcajadas hasta el último día de vida, pero cinco meses antes de morir escribió la columna que le da título al libro de Fernando-Alonso Ramírez, en la que habla de una sombra: él también le teme al ¡pum!
Entre tantos auditorios llenos, conversaciones estimulantes y la gran diversidad de libros y autores que circularon por la Feria del Libro que termina esta tarde, pensé en esa paradoja que representa para algunos el tener muchos lectores: pueden contar con cientos de admiradores agradecidos o críticos, pero un único enemigo con poder o persistencia puede arruinar una vida.
Para dimensionar la proliferación de odiadores de oficio de escritores y periodistas basta entrar a las redes sociales, llenas de mensajes furibundos que revelan a personas, la mayoría escondidas bajo seudónimo, que solo leen titulares y escupen prejuicios. ¿Qué distancia hay entre una amenaza virtual y un ataque real? Mejor no averiguar. Lo que sí recomiendo es intentar comprender tantas variedades de odio hundiéndose en los libros, esos artefactos inmortales tan útiles para escudriñar la naturaleza humana: el odio a los gais que narra Alonso Sánchez Baute en «Al diablo la maldita primavera» o el desprecio por la vida humana que cuenta Octavio Escobar Giraldo en «Cada oscura tumba» a partir de los falsos positivos, por citar solo dos ejemplos de esta feria. Los libros: árboles solitarios que resisten erguidos en medio de la avalancha de palabras escritas para el olvido.
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