Guillermo Estrada Díaz publicó en marzo la columna “Ciudad ultrajada”, en la que describe cómo el desarrollo urbanístico de Manizales nos está dejando sin paisaje. Sobre las construcciones entre el Batallón y el Bosque Popular anota: “es todo un sacrilegio. Los edificios que allí se están levantando son verdaderamente agresivos. Son de una contaminación visual indescriptible” y luego se pregunta “¿Dónde está quedando la riqueza natural-paisajística de la cual nos sentimos orgullosos y que cualquier asentamiento humano envidiaría?”.
Así como ahora en vez del Nevado del Ruiz vemos edificios, puede ocurrir que en vez de los verdes a los que estamos habituados empecemos a ver peladeros y retroexcavadoras del paisaje minero.
Rubén Darío Toro López, quien vive en la vereda Tareas, entre Neira y Aranzazu, escribió el 11 de julio: “Amigos de Twitter, estoy muy deprimido. A la hecatombe medioambiental de las aguacateras siguió la solicitud de las mineras. Uno mira lo de Jericó, Cajamarca o Santurbán y no veo cómo podamos dar pelea. Títulos mineros en todo el norte caldense”. La publicación se acompaña del cronograma de una maratón de 10 audiencias públicas entre este miércoles 21 y el sábado 24 de julio (en plena pandemia) en Aranzazu, Salamina, Pácora, Riosucio, Supía, Marmato, La Merced, Filadelfia, Samaná y Norcasia, como trámite previo a la entrega de contratos mineros.
¿Quién convoca? La Agencia Nacional de Minería (ANM), que quedó bien descrita en la columna “El río de las tumbas”, del exgobernador Guido Echeverri: “desde hace unos diez años, en otra expresión exacerbada de centralismo, el Gobierno nacional les arrebató a los departamentos toda competencia en materia de manejo de la actividad minera. Ahora es la Agencia Nacional Minera la que con pasmosa lentitud ejerce las funciones de autoridad minera y concedente en todo el territorio nacional. Aquí como en tantos otros casos, la nación se queda con las competencias y la plata, y los departamentos, con los problemas y las dificultades”.
Los 10 años de la declaratoria del Paisaje Cultural Cafetero pasaron de agache y así también, silenciosamente, está pasando la discusión sobre concesiones mineras de todos los tamaños en 10 municipios de Caldas, con lo que eso conlleva no solo en términos de medio ambiente y cuidado del agua, sino también de forma de vida: de paisaje cultural.
La resoluciones publicadas en www.anm.gov.co advierten que las audiencias se convocan luego de concertar con el alcalde del respectivo municipio “unas áreas susceptibles de vocación minera”. Así, la AngloGold Ashanti pide 734 hectáreas para sacar oro de Pácora, La Merced, Marmato y Supía; la Sociedad Exploraciones Northern Colombia aspira a 2.143 hectáreas entre Aranzazu y Salamina, 1.755 entre La Merced y Supía y otras 4.493 entre Riosucio y Filadelfia; Minerales Córdoba solicita 6.191 hectáreas entre Neira, Aranzazu y Salamina y Activos Mineros de Colombia pide concesiones en más de 7.500 hectáreas de Samaná y Norcasia. Lo que cito son apenas ejemplos: hay 22 propuestas de concesión minera para Pácora,16 para Salamina, 41 para Riosucio, y así.
Cada vez que se habla de minería dicen que no se puede satanizar una actividad legal. No conozco el primer pueblo colombiano que se haya vuelto próspero con la minería. Se enriquecen los empresarios pero no la gente de la región. Lo que no se puede satanizar es el derecho de las comunidades a organizarse, debatir y resistir, y lo digo recordando al párroco de Marmato, José Reinel Restrepo, asesinado en 2011. Sería muy constructivo deliberar de forma pública y masiva si queremos sustituir la vocación agrícola y ecoturística por la minera y cómo se conjuga el paisaje cultural cafetero con concesiones mineras en el 40% del territorio de Aranzazu o más del 80% de La Merced.
En “El territorio es la vida”, ensayo de la colección de 13 libros “Futuro en Tránsito”, que puede descargarse en la página web de la Comisión de la Verdad, Francia Márquez reflexiona: “para muchos el territorio es propiedad privada. Sin embargo me enseñaron a comprender, ver y sentir el territorio como un espacio de vida, de construcción colectiva (…) Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuál desarrollo? ¿desarrollo para quién? ¿a cambio de qué?”. Me parece urgente que nos hagamos estas preguntas sobre la sostenibilidad de este territorio tan bonito que todavía tenemos.
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