Adriana Villegas Botero


Ahora que se habla sobre la Chec a raíz de la zozobra en EPM, un amigo me recordó una columna que escribió Orlando Sierra Hernández hace muchos años, cuando iban a vender la empresa. Palabras más, palabras menos, el asesinado subdirector de este periódico preguntó por qué había escándalo por la venta, si desde hacía años la Chec había dejado de ser empresa pública: era una empresa familiar al servicio de los Yepes.
La anécdota es reveladora de un fenómeno muy nuestro. En “Degradación o cambio: evolución del sistema político colombiano”, Francisco Gutiérrez Sanín explica que “la colocación en la burocracia oficial y otras formas de ayuda son típicas del mutualismo familiar y parte esencial de la vida cotidiana de nuestra política. A veces el bienestar de la familia es el objetivo de la actividad política, que así se constituye en una simple máscara para la apropiación de recursos”.
El libro señala que “entre las democracias del mundo, son pocos los países como Colombia que tienen organizaciones partidistas débiles y personalismo fuerte, por un lado, pero volatilidad electoral mediana o baja, por otro”. Es decir: acá la gente vota por nombres más que por partidos, y los políticos pueden ser camaleones ideológicos que heredan el poder de padres a hijos, o entre hermanos y sobrinos. Se trata de disfrazar como actividad política el emprendimiento familiar: el apellido es una marca y ser caudillo ayuda al posicionamiento.
Alguno dirá: ¿y qué problema hay con que el hijo de un político se dedique a la política, así como los hijos de los futbolistas se dedican al fútbol? Pues que la monarquía no es nuestro sistema de gobierno. Las democracias tienen que garantizar mecanismos plurales, inclusivos y efectivos para que cualquier ciudadano, y no solo los hijos de fulano y zutano accedan al poder y a los cargos públicos. En las monarquías el rey es investido por el mérito exclusivo de haber nacido en la familia adecuada. Si usted vive en España y su apellido es Rodríguez o García, no importan sus estudios, experiencia u hoja de vida: usted no podrá ser Rey de España porque su apellido no es Borbón.
El sistema político nuestro a veces revela aspiraciones de monarquía criolla. No tenemos realeza, pero sí reyezuelos y emperadorcitos que endosan a su parentela votos, poder, cargos burocráticos o contratos. Por supuesto no es un fenómeno nuevo: es tan viejo que a muchos les parece normal. Algunos tendrán méritos y carrera propia, pero para otros el apellido es su principal o único activo. Fue lo que le criticaron por décadas a los Yepes y es lo que hoy se señala sobre los delfines: Char, Galán, Lleras, Turbay, o sobre las dinastías político-familiares locales con curul en el Congreso, la Asamblea o el Concejo, o también en secretarías y gerencias de entes públicos municipales y departamentales.
(En la primera versión que escribí de esta columna empecé a construir en este punto un listado de los delfines actuales de Manizales y Caldas, así como de los entramados familiares que existen hoy: los elegidos con votos del papá o la mamá; los hermanos en cargos de libre nombramiento y remoción; los “asesores espirituales” de mandatarios, que aprovechan para incluir a sus hijos en la administración pública, los cruces entre cuñados... Cuando al cabo de pocos minutos llegué a más de 20 nombres comprendí que la tarea desborda el espacio de esta columna).
Ante estas costumbres políticas no es extraño que el delfín Tomás Uribe surja como heredero político, ante la debacle de su papá Álvaro Uribe Vélez. ¿Qué mérito tiene? Es Uribe. Vendió manillas y se hizo millonario con una zona franca en Mosquera, Cundinamarca, en un negocio turbio que involucró al alcalde de ese municipio Álvaro Rozo Castellanos. La hija del alcalde, Yenny Rozo, ocupará la curul de Uribe en el Senado.
En Colombia el análisis político incluye genealogía. Las páginas sociales ayudan a entender las políticas.
El 16 de julio de 1995 Orlando Sierra publicó una columna que tituló “Lazos familiares”, en la que escribió: “Si son los Yepes tan brillantes, tan solventes profesionalmente, tan calificados, ¿por qué diablos no se realizan en el sector privado en vez de devengar a la sombra del erario?”.
Un cuarto de siglo después la pregunta sigue vigente. Solo hay que actualizar los apellidos.
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