Por esas raras asociaciones que hace el cerebro, cuando me hablan de Venezuela mi mente tararea “Caracas, Caracas, como me gusta esa ciudad, pero qué lindas muchachas las que tiene Puerto Ordaz”, en la voz de Rafael Orozco, del Binomio de Oro. Podría cantar alguna de Óscar d' León, Franco De Vita, Yordano, Ricardo Montaner o El Puma, pero siempre pienso en esa, que evoca al país alegre y bonito.
O podría recordar a sus escritores: desde el poeta Eugenio Montejo, que vino a Manizales a unos Juegos Florales, cuando todavía se hacían, hasta Alberto Barrera Tyszka, autor de La enfermedad, una novela maravillosa.
O mencionar al recién fallecido José Antonio Abreu, fundador del Sistema Nacional de Orquestas de Venezuela, envidia de todo el continente, que motivó la creación de Batuta, o al violinista Gustavo Dudamel, director de orquestas en medio mundo.
O antojarme de sus arepas, sus hallacas y oír sus joropos...
Venezuela tiene casi 32 millones de habitantes. Uno de ellos es Nicolás Maduro, autoritario dictador que ha conducido a su país a la debacle económica y social. Pero hay también muchos otros ciudadanos decentes y trabajadores. Lo menciono porque esta semana un chiste del comediante británico John Oliver en HBO, que relacionó corrupción, cocaína y Colombia, generó la protesta formal de nuestro gobierno. En contraste, hay silencio ante la valla ubicada en Centro Digital, en la Paralela con 54, que invita a votar por el candidato presidencial Iván Duque con el mensaje: “Para que Colombia no sea otra Venezuela”. Publicidad que al no distinguir nación de gobierno resulta indigna y discriminatoria. Una invitación a la estigmatización, el odio y la xenofobia, que será pagada con sus impuestos y los míos, vía reposición de votos.