¿Saben quiénes son Katalin Karikó, Drew Weissman, Philip Felgner, Uğur Şahin, Özlem Türeci, Derrick Rossi y Sarah Gilbert?
Yo tampoco sabía hasta este jueves cuando leí que ganaron el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica. Algunos de ellos ni siquiera se conocen personalmente (salvo Uğur Şahin y Özlem Türeci, que son esposos) pero me alegra darle nombre y rostro al sentimiento de gratitud y admiración que les tengo: son científicos que de manera independiente lideran equipos de investigación en Estados Unidos, Alemania y Reino Unido que permitieron desarrollar en tiempo récord algunas de las vacunas contra el covid-19.
Leer las breves biografías de estos cuatro hombres y tres mujeres me generó al menos dos reflexiones que comparto con ustedes.
La primera es la enorme y creciente importancia del trabajo en equipo. En las historias sobre el origen de la Ley de la Gravedad o la Teoría de la Relatividad, por poner ejemplos científicos, aparecen las figuras de Newton y Einstein como los responsables únicos de estos avances. Sin embargo, a medida que se investiga sobre sus vidas, resulta claro que la gloria solitaria es un mito y que su éxito se explica en parte por la construcción colectiva del conocimiento: desde la intensa correspondencia que Newton sostuvo con científicos del siglo XVII hasta el invaluable y anónimo aporte de la física Mileva Marić a las observaciones de su esposo Albert Einstein.
Gutenberg inventó la imprenta, Graham Bell el teléfono, Alva Edison la bombilla eléctrica y los hermanos Wright el avión. Pero ¿qué podemos decir de los contemporáneos? ¿Quién inventó Internet? ¿Whatsapp? ¿Quién creó la Estación Aeroespacial Internacional? ¿Quién descubrió el bosón de Higgs? ¿la secuencia del genoma humano? La respuesta es: varias personas que a su vez reconocen a antecesores y a enormes equipos interdisciplinarios detrás de cada proceso. No en vano el Nobel de literatura cada año lleva un nombre, pero los de física, química y medicina suelen ser colectivos.
A medida que la ciencia se complejiza resulta imposible que un único cerebro humano descubra cosas nuevas. Son los equipos los que logran avances relevantes. Esa fortaleza, sin embargo, se estimula distinto en cada cultura. Yu Takeuchi, profesor de matemáticas en la Universidad Nacional, lo resumió así en una entrevista de televisión en los 60: “Un colombiano es mucho más inteligente que un japonés; pero dos japoneses son mucho más inteligentes que dos colombianos”. Acá desde el colegio y la casa acostumbramos aplaudir “ser el mejor” en vez de “ser mejores”.
La segunda reflexión es sobre la omnipresencia de la desinformación, que se evidencia en la desfachatez, confusión o ignorancia que hay detrás del rechazo a las vacunas. Los ganadores del Princesa de Asturias son biólogos, bioquímicos, médicos, inmunólogos y genetistas con numerosas publicaciones académicas, que han dedicado sus vidas a centros de investigación de universidades como Oxford, Stanford, Harvard y California, y laboratorios como BioNTech Y Vical. Me pregunto cómo será su frustración, malestar o impotencia al conocer que pese al rigor científico que respalda cada vacuna la gente le crea más al comentario del vecino, el vídeo de Facebook o la cadena de Whatsapp y, en consecuencia, alardee sin siquiera sonrojarse: “yo no me vacuno, yo en eso no confío, no me parece seguro”, o “no me vacunaré hasta que no logremos la inmunidad de rebaño” como dijo el alcalde de Manizales, quien debería dar ejemplo de autocuidado.
Con frecuencia leo artículos que quisiera que otros leyeran. Les recomiendo buscar en Google “La inmunidad de rebaño está siendo mal entendida”, un texto publicado en Letras Libres. Explica por qué es crucial que todos nos vacunemos, incluso niños; que la dichosa inmunidad debe ser global para que funcione, y que, en todo caso, cuando la inmunidad no significa el fin de la pandemia.
Escribo este artículo sin haber recibido la primera dosis de mi vacuna pero cuando ustedes lo lean ya la tendré. Pienso en la cadena de saberes que se necesitaron para hacerlo posible: desde los siete nombres del comienzo de esta columna y sus equipos, hasta los médicos, enfermeras y auxiliares locales que ejecutan la vacunación. A todos: ¡gracias! La ciencia es la fe que nos da esperanza a los que no tenemos religión.
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