Adriana Villegas Botero


A todo se acostumbra el ser humano. Tras cinco meses de aislamiento físico hay rutinas extrañas que se volvieron naturales. La vida siguió con la prohibición de abrazar a los amigos, viajar, sentarse al lado de compañeros de estudio o trabajo, visitar parientes o charlar en bares o restaurantes.
El frenesí en los grupos de Whatsapp que padecimos al comienzo de la cuarentena ya bajó su intensidad, así como las compras masivas de papel higiénico. Hasta los niños aprendieron a entrar a Zoom, silenciar micrófonos y encender cámaras. El Cóvid está tan acomodado en nuestras vidas que incluso definimos un lugar de la casa para guardar los tapabocas.
La pandemia fue conversación monotemática por varias semanas, pero ahora hablamos de otros asuntos: desde Uribe y Trump hasta Pasión de Gavilanes y el Once estuvieron en la agenda de esta semana.
Como parte de mis nuevas rutinas, a las 5:00 p.m. reviso los datos que publica Minsalud. El 21 de marzo se confirmó el primer muerto por Cóvid en Colombia. En abril el promedio fue inferior a 10 víctimas diarias y en mayo subió a 40. En junio los números se dispararon y el 18 de julio Ana María Mesa escribió en Twitter: “200 muertos diarios es como si todos los días se cayera un avión”. Ahora, cercanos a 400 muertos diarios, es como si se cayeran 2 aviones por jornada. Colombia acumula 15.000 fallecidos por Covid-19 y en el planeta los muertos superan los 750.000. Somos el octavo país por número de contagiados y ocupamos el puesto 12 en el ranking mundial de víctimas.
15.000 muertos por Cóvid es como decir que en pocas semanas desaparecieron Marulanda, La Merced y Norcasia.
Tantos muertos en tan poco tiempo solo se acumulan en las guerras o las grandes catástrofes. Pero me asomo a la ventana y veo todo tan normal que parece que esta tragedia monumental no estuviera ocurriendo aquí y ahora. A 15.000 familias colombianas les cayó un avión: más que una cifra o un ranking, los aplastó un dolor con nombre, rostro, historia y red de afectos. Faltan todavía otras y a cualquiera podría pasarle. Me parece que todavía no estamos procesando este drama. La primera etapa del duelo es la negación, y ahí vamos.
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