Esta semana dediqué las noches a mi actividad deportiva favorita: acostarme a ver los Juegos Olímpicos, una de las pocas cosas que me conectan al televisor. Como soy tan mala deportista me parecen heroicos todos los que allí aparecen. Hasta el que llega de último, o el que se retira antes de terminar, tiene un nivel muy superior frente al resto de los que practican su disciplina, y ni hablar de los demás mortales.
No sé nada de boxeo, taekwondo, judo, tiro, arquería, remo o esgrima, pero le hago fuerza no solo a los colombianos sino a todos los que representan países tercermundistas, porque suelo ver las competencias como duelos de David contra Goliat. Aunque el colombiano con medalla de oro gana $218 millones, el de plata $127 millones y el de bronce $90 millones, la mayoría regresa en blanco, luego de haber entrenado durante años en condiciones que en muchos casos no son comparables con las de los gringos o los europeos en términos de salarios, contratos publicitarios, instalaciones o dieta.
Con ese criterio me emocioné con la medalla de oro del ecuatoriano Richard Carapaz en ruta, gocé el triunfo de la filipina que le dio el primer oro a su país en pesas, casi lloro con el himno de Túnez en los 400 metros libres en natación masculino, celebré la medalla de plata del colombiano Luis Javier Mosquera en pesas, seguí la final de BMX con Mariana Pajón y Carlos Alberto Ramírez, me asombré con Caterine Ibargüen y me conmovió la boxeadora Yeni Arias, que quedó eliminada y necesitaba una medalla para pagar la cirugía de columna de su papá.
Disfruto las competencias, la producción audiovisual y el despliegue tecnológico, pero aún más los debates que surgen alrededor de los Olímpicos: multaron al equipo femenino de balonmano playa de Noruega por usar shorts en vez de bikini; le prohibieron a las nadadoras negras usar el gorro de baño alto que no les aplasta su afro; impidieron que las deportistas en lactancia viajaran a Tokio con sus bebés y hubo un intento fallido de obligar a los deportistas a cubrir sus tatuajes, porque en Japón son muy mal vistos. Además continúa vigente la exigencia de peinados, maquillaje y lentejuelas en nado sincronizado y gimnasia olímpica, una costumbre que la profesora estadounidense Emily Wughalter llamó “la disculpa femenina” porque busca compensar con moños, cintas y angelicales trenzas la fuerza física de las mujeres.
Siguiendo con lo femenil, como dicen los narradores mexicanos, en Tokio participa por primera vez una mujer trans: Laurel Hubbard, pesista neozelandesa que con su presencia enriquece el diálogo sobre la inclusión de personas transgénero en las categorías masculinas y femeninas de cada deporte.
Una de las protagonistas en estos Olímpicos fue la estadounidense Simone Biles, quien a sus 24 años es la gimnasta con más medallas de todos los tiempos. Es tan buena que hay cuatro figuras que se llaman como ella porque fue la primera que logró realizarlas. Se dice que adrede le dan baja puntuación en dificultad porque la Federación Internacional de Gimnasia desea desestimular que otros intenten practicar saltos y giros tan riesgosos. Pues bien, la sorpresa de la semana fue que Biles se retiró de la final por equipos e individual, en donde tenía el oro asegurado, porque “la salud mental es lo primero” y “a veces siento realmente que tengo el peso del mundo sobre mis hombros”.
Luego del anuncio le llovieron críticas: “un deportista pobre no renunciaría a una medalla de oro”; “un verdadero atleta olímpico entrena su mente”, o “qué pasaría si cualquier trabajador decide retirarse porque siente presión”. Discrepo: veo que se necesita valentía para reconocer ante una audiencia mundial que se padece un trastorno que requiere atención, sabiendo los estigmas que existen. En unas olimpiadas que rinden culto a la perfección y belleza de los cuerpos me parece importante que Biles ponga el foco en la salud mental. Quizás sirva para que en el futuro hombres y mujeres, deportistas o no, sientan que la reacción ante un problema de ansiedad, depresión o un ataque de pánico puede ser el mismo que hoy despierta una lesión: compasión y amor.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015