Andrés Rodelo
Pablo Villa y yo caminábamos por la avenida Santander, de Manizales, en dirección Centro. Horas antes habíamos visto una película en el barrio Alta Suiza; no recuerdo cuál. Lo que sí recuerdo es que, a la altura de Pisos Alfa, me reveló una intención que juzgué inofensiva, producto de un impulso caprichoso que se desvanecería.
“Si tengo que cerrar la Fundación Fellini, la cierro”, me indicó. Contra todo pronóstico, esto ocurrió el pasado 28 de enero. Esa noche mientras andábamos, me insistió en la fuerza de voluntad que se esconde tras el hecho de abandonarlo todo. “No hay que aferrarse a nada”. Y remató la frase con la que comenzó este párrafo.
Es una lástima el fin de una de las pocas organizaciones de Caldas dedicada a la producción y formación cinematográfica, tanto para el sector cultural de Manizales como para quienes valoramos la propuesta de Fellini, en medio de las diferencias. ¿Cuáles son esas otras organizaciones? Universidades, sobre todo: el programa de Diseño Visual, de la U. de Caldas; el de Comunicación Social y Periodismo, de la U. de Manizales.
Pero nada como la búsqueda de Fellini por incorporar e inculcar modelos que, en últimas, le decían a la gente: “El cine no es, únicamente, eso inalcanzable que llega a la cartelera. Usted puede hacerlo”. Y lo mejor: buen cine. La fórmula era pocas personas, equipos competentes, historias modestas, pero no por ello desangeladas.
Digo incorporar porque Fellini no patentó nada nuevo, aunque, paradójicamente, lo pareciera. Fue una aproximación que no estaba en nuestro radar, fruto de esas películas y autores que Villa tiene en un pedestal: John Cassavetes, Víctor Gaviria, Lisandro Alonso, Jean Renoir, Kaneto Shindo, Lucrecia Martel, Michelangelo Antonioni, Robert Bresson, Federico Fellini, entre otros.
Y no estaba porque, seamos francos, a pocos les interesan estos autores impopulares y “aburridos”, según el grueso del público. Recuerdo que cuando impartió uno de sus primeros talleres en la U. de Caldas en el año 2008 (denominado Semiótica del Cine) se topó con el típico espectador cuyo conocimiento se resume en Tarantino y Kubrick (yo incluido).
Quienes lo conocen saben que no se anda con sutilezas a la hora de criticar a los falsos dioses del cine, como los califica. Por ende, muchos chocaron con su visión. Abandonaron el taller, animados por mantener inalterable lo que creían. Otros pocos nos quedamos y, a medida que aprendimos, empezamos a ver.
Eso que vimos se sustentaba en un principio fundamental: sentir. Fue muy curioso cuando desarmó a los alumnos del taller al término de una película. “¿Qué sintieron?”.
Era una pregunta inaudita y cogió por sorpresa a la mayoría, pues tenían en la punta de la lengua una retahíla de metáforas, tecnicismos y apuntes sobre el guión. A muchos les costó: “Me estás hablando de cosas técnicas”, les aclaraba a quienes intentaban responderle, viéndose traicionados por la tentación del análisis.
Esto se debía al adoctrinamiento de la onda cineclubista y académica: hablar de cine para la mayoría pasa por examinar los aspectos formales. Que el análisis comprendiera también la emoción...no, eso no estaba entre los planes.
Pero Villa no subestima la forma del cine, aclaro. Simplemente la emoción está primero y el intelecto después, hablando de su experiencia como espectador. Espero hacerle justicia a su pensamiento tras muchas conversaciones. Quién sabe, puede que haya cambiado de parecer.
A propósito de su retiro, creo que tiró la toalla fácilmente. Comparto la decepción que le produjo la apatía de la ciudad hacia sus procesos de formación. Para nadie es un secreto que la mayoría de personas en Manizales asume las películas como un hobby más que como una profesión, lo que es totalmente respetable. Las aspiraciones de la Fundación Fellini estaban fuera de la realidad en este sentido.
Pero lo intentó muy poco como realizador: solo hizo un largometraje, Gaseosa, y luego adiós. Me refiero a sus obras, a sus proyectos audiovisuales. Pudo continuar como cineasta, dedicarse de lleno a perfeccionar y pulir sus iniciativas para presentarlas a fondos de financiación. Hoy está desaparecido y tendrá sus razones.
Sus reparos a cierto cine comercial y no comercial trajeron más efectos positivos que negativos, pese a no compartirlos del todo. Adoptar métodos a contracorriente de las películas imposibles (grandes presupuestos y parafernalia) implicó que quienes participamos en los talleres conociéramos una vía real y al alcance, consciente de sus limitaciones, que era una suerte de ejercicio oulipo: esa corriente del arte que sopesa sus carencias para salir airoso del acto creativo.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015