José Jaramillo


Cuando había fronteras ideológicas, antes de que la política se convirtiera en un sancocho de paseo de olla, al que se le echa de todo, la juventud solía inclinarse por la izquierda bulliciosa. Y después, a medida que maduraba, que envejecía, se hacía más reflexiva, más mesurada; es decir, más conservadora. Por eso se decía: “El que a los veinte años no es comunista, no tiene corazón. Y el que a los cincuenta años todavía es comunista, no tiene cerebro”.
A partir de la dolarización del mundo, cuando triunfó el sistema monetario sobre todas las ideologías; y después con la aparición de las economías subterráneas, creadas por negocios como el narcotráfico, que mueve cantidades incalculables de dinero que no pasan por los filtros monetarios regulares, todos los sistemas de la administración pública, la producción agrícola e industrial, el comercio, el transporte…, todo, hasta la política, viró, se desvió de la ortodoxia, la regularidad y la ética y se enrumbó por caminos de placidez y hedonismo, en los que se aplica la fórmula maquiavélica de que “el fin justifica los medios”.
“Consiga plata honradamente, mijo; o, si no, consiga plata, mijo” se constituyó en la consigna para orientar el futuro de los jóvenes, gracias al ejemplo de los nuevos ricos, que deslumbraron a la sociedad con carros lujosos, mansiones ostentosas, viajes fantásticos, yates y otras excentricidades, que disfrutaban al lado de mujeres despampanantes y con licores finos, más ropa de marca comprada en tiendas europeas, o en Miami, que ha sido el santuario de la lobería. Mucha de esa ropa, confeccionada en Medellín, tiene una marquilla que dice: Made in U.S.A. o Made in France. Y la gente chicanea con eso. Tal revolcón desplazó a la ética.
Es normal el relevo generacional en todas las actividades públicas y privadas, pero craso error es despreciar la experiencia, que es lo que hacen los ejecutivos “light”, que por bajar costos prescinden de los trabajadores de más edad y los reemplazan con practicantes, lo que favorece los costos de nómina pero afecta la calidad de los servicios que se prestan. En ese caso, como en todo en el mundo de los negocios o de la administración oficial, debe haber un equilibrio entre la veteranía y la innovación.
“Quiero ver caras nuevas en los carros oficiales”, dijo el presidente López Pumarejo (1934-1938 y 1942-1945), y sin revolcar la burocracia nombró ministros y altos ejecutivos a quienes calificó como “audacias menores de 40 años”, para superar la modorra de poetas y profesores escogidos por el arzobispo primado durante la hegemonía conservadora, que hacían poemas de riguroso estilo clásico y pronunciaban brillantes oraciones a Jesucristo, mientras Teodoro Roosevelt se robaba a Panamá, se masacraba a los trabajadores de las bananeras y el país no superaba la “patria boba”.
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